El FC Barcelona hizo un paso más en esta lenta pero firme sesión de fisioterapia tras su batacazo del año pasado al derrotar al Atlético por un 3-0 tan contundente como engañoso. El equipo de Frank Rijkaard empieza a recuperar muchos de los ‘tics’ del año en que ganó la Champions League, entendiéndose por esto la capacidad de resolver un partido a priori complicado con 30 minutos forzando la máquina y luego limitándose a esconderle la pelota al rival. Digo a priori, porque lo que debía ser un reto a la fortaleza defensiva azulgrana ante un buen y peligroso contrincante, acabó convirtiéndose en un examen a las posibilidades y la mentalidad del Atlético de Madrid, del que los colchoneros salieron con un monumental suspenso.
El equipo de Javier Aguirre afrontó su segunda visita al campo de un grande tal como su entrenador había prometido: valiente y buscando el balón, moviéndolo con sentido. Y claro está, cuando este Barça sin Touré no tiene el balón, sufre. El fallo monumental de Abbiati, que propició el gol de Deco, borró de un plumazo todas las buenas intenciones del Atlético, que se diluyó como un azucarillo y quedó a merced de un Barcelona que lo aprovechó para asestarle la puntilla con el enésimo gol de un Messi en racha.
Tremendamente decepcionante este Atlético, del que tengo que confesar que pensaba que este año había fichado bien y podía aspirar seriamente a la Champions. El problema no es el 3-0, ni los jugadores, ni tan siquiera el juego que desplegó ayer, sino su carácter. Un equipo que empieza jugando tan bien no puede desmoralizarse ni descomponerse porque reciba un 1-0 tan injusto como absurdo. Recordáis el Chelsea en Mestalla? Los ‘blues’ llegaban a un campo complicado en un mal momento de juego, con un buen lío en el vestuario y se encontraron muy pronto con el 1-0 en un fallo de sus dos centrales. Lejos de hundirse, volvieron a encender la caldera y acabaron ganando en una soberbia demostración de carácter, que es lo que diferencia a un equipo grande de otro mediano.
Ante un Atlético que se quedó siempre a medio camino de todo, al Barça le bastó con esconder la pelota en un juego que a mi personalmente me aburre hasta la saciedad, pero que entiendo que a veces es necesario. Si vas ganando, sabes que sufres sin el balón y el contrario no sale de la cueva, no arriesgues. Y eso es lo que hizo un Barça que no ha mejorado espectacularmente su juego, pero sí que está ganando en confianza de tal manera que puede permitirse ir a buen ritmo aunque algunas piezas del engranaje no funcionen. Henry estuvo muy discreto ayer, Oleguer tuvo lagunas de concentración importantes en su lateral y Ronaldinho sigue a lo suyo: trata de volver a ser el gran jugador que fue, pero sus piernas han acusado tanto tiempo de entrenamientos a medio gas y han perdido la explosividad que convertía al brasileño en un jugador único.
Cuál es, pues, la clave de la recuperación del Barça? Dos factores: se ha ganado mucha precisión en el centro del campo y arriba se desequilibra cuando es preciso. En el primer caso, si quitamos a Xavi, que es un jugador de 7 cada partido, plano, que no desequilibra, no arriesga y busca el pase más fácil, nos quedan las dos ‘x’ de la ecuación: Iniesta y Deco. El de Fuentealbilla volvió a estar espléndido en una posición que le coarta, que no le permite sacar lo mejor de si, pero en la que dio un recital de posicionamiento, sacrificio y temple ante situaciones agobiantes de presión, que solventó con una escalofriante sangre fría. El portugués, por su parte, sigue transitando hacia su mejor nivel y siendo clave para enlazar la línea de medios con la delantera. Y arriba, quién pone las gotas de desequilibrio es el de siempre, Leo Messi, que ayer volvió a ser fiel al patrón de comportamiento que expliqué en un post: una primera mitad explosiva, 30 minutos recuperando y un final… en el que no apareció. Señalo esto porque ya expliqué en ese artículo que las piernas de Messi están sometidas a una presión muscular que exigen un mayor ‘mimo’ y recuperación que el del resto de jugadores.
Yo no soy nadie para dar consejos a Rijkaard, pero es evidente que si quiere tener al argentino afilado como un puñal debe reservarlo lo máximo posible y ayer, con el partido resuelto, lo mantuvo en el campo hasta el final. Los cambios del entrenador holandés llegaron tarde y evidenciaron falta de confianza en el equipo, que con el 2-0 tenía el partido sujeto y podría haberse permitido tranquilamente tener a Bojan y Giovanni en punta. Un apuntes sobre los canteranos: si valen, deberían tener más minutos, porque sacar a Bojan cinco minutos sólo sirve para que juegue más revolucionado, quiera hacer más cosas en poco tiempo y ya haya jugado cuatro partidos. Uno más y no podrá ir cedido a otro equipo de Primera.
Problemas en Sevilla y Valencia
El resto de la jornada nos ha dejado a un Madrid un poco más sólido que en los últimos partidos, aunque aún con evidentes lagunas en su juego, y el batacazo de los equipos de segunda fila destinados a luchar por el título. Aún es pronto para descartarlos, pero es evidente que el mal ambiente del Valencia está consiguiendo imponerse a los resultados de Quique y que el Sevilla no está recuperado del todo. A mi en ambos casos me parece un problema de confianza: en el Valencia, de la plantilla hacia un entrenador cuyo futuro es ciertamente ominoso, y en el Sevilla, de un equipo que parece preguntarse si realmente es tan bueno como parecía y que no sabe la respuesta.