El viernes santo, unas horas después de la eliminación del Barça en Valencia, llegué al final de Las Benévolas uno de los libros más inquietantes que he leído en mi vida. A lo largo de más de 1200 páginas y a través de la vida de Maximilien Aue, un oficial que va haciendo carrera en las SS alemanas, Jonathan Littell narra el proceso que llevó a una nación como Alemania a dominar medio mundo para posteriormente ser arrasada por sus enemigos en el capítulo más sórdido de la historia de la humanidad. Crueldades y abominaciones a parte, la novela es hechizadora por los muchos retos morales que plantea y por su exhausta documentación, que demuestra que el vasto imperio nazi acabó cayendo tanto por la presión de los aliados como por su prepotencia, corrupción y errores infantiles. La última parte de la novela, pese a algún hilo suelto como la presencia de dos policías que buscan absurdamente al protagonista, resulta chocante por la destrucción, la decadencia de Berlín y de los principales personajes del tercer Reich, años antes tratados como semidioses por sus propios conciudadanos.
Probablemente influído por una novela que me ha marcado bastante, cuando vi a Joan Laporta el jueves, dando una rueda de prensa con la barba mal afeitada, diciendo que había visto rasgos de equipo campeón en el Barça tuve un flash. Era la misma imagen que había visto a través de los interminables párrafos de Littell, de decadencia, de humanidad mal llevada de quién hasta hace poco parecía tocado por una varita mágica y todo lo hacía bién y de repente veía impotente como el poderoso imperio que había forjado se despedazaba ante sus ojos.
Vaya por delante que ni por asomo quiero comparar a Joan Laporta con un dictador y a un asesino de esta calaña. Es más, yo no lo voté en el 2003 porque aún no era socio, pero no tengo ningún incoveniente en admitir que lo habría votado. Su llegada, además, me pareció una de las cosas más positivas de la historia del club, puesto que aterrizó en Can Barça en un momento en el que era preciso modernizar su estructura, su manera de hacer. Durante sus primeros años de gestión sacó al club del pozo en el que lo había sumido Joan Gaspart a nivel económico y también deportivo, ayudado en una gran medida por Sandro Rosell. El ‘ratio’ de acierto de ambos en los fichajes fue altísimo. El Barcelona de las ideas, de los partidos a medianoche, del powerpoint, de los directivos educados que hablaban bien y lucían mejor fue ganando partidos y títulos, hasta coronarse como el mejor de Europa una noche de mayo del 2006.
Se hablaba, aun os acordaréis, que nunca más se renovaría a jugadores por una chilena en el último partido de Liga, que no se pagarían comisiones a representantes chusqueros, que no se doblegarían ante los caprichos de unos cracks que cobrarían en función de variables, rendimiento y títulos… El discurso era humilde, había buen rollo con la plantilla y en la grada, las voces críticas, siempre presentes en este club, se reducían a la mínima expresión. El barcelonismo vivía, en definitiva, una especie de comunión en todos los sentidos que muy pocas veces se ha dado en la historia del club.

Pero entonces se fue Sandro Rosell y con él, Juanjo Castillo, amigo íntimo de jugadores de la plantilla como Deco o Ronaldinho. La prensa destapó el pasado de Alejandro Echevarría, que también gozaba de muy buena prensa por parte de una plantilla que le llamaba ‘el conseguidor’, y Joan Laporta no tuvo más remedio que prescindir de sus servicios. Medidas de puertas para adentro, que acabaron afectando al club de puertas para afuera, aunque muy a largo plazo. Y mientras este malestar no salía a la superficie, los títulos tapaban la horrible gestión a nivel de fútbol base (con descenso del B a Tercera), la desgracia del equipo de básket, la caída de la sección de balonmano… Mala gestión en algunos casos que no obtuvo la respuesta contundente y acertada por parte del presidente, al que muchos acusaron ya entonces de centrarse más en codearse con la alta sociedad catalana y de posicionarse políticamente de cara al final de su mandato en el club que en sus problemas mas acuciantes.
Porque, en apariencia, el Barcelona seguía en la cúspide del fútbol europeo y continuaba teniendo a un elenco de cracks imbatibles… en la Playstation. A nivel de títulos, el 2007 ya se cerró en blanco y Joan Laporta continuó con su línea de los últimos meses, la de cerrar los ojos y no querer actuar ante los problemas, los males reales del equipo, su falta de carácter, los desmadres nocturnos, la galactización de determinados cracks, la falta de jerarquía en el vestuario…
La lamentable idea de primar a la plantilla ante el Valencia
Y así, en esta dinámica decadente, se entró en la presente temporada, en la que se ha vivido lo que para mi es el punto más decepcionante de estos últimos años como aficionado del FC Barcelona: ver como Joan Laporta sólo atinaba a ofrecer una prima económica a los jugadores para eliminar al Valencia. A algunos le pareció una mera anécdota, pero para mi fue toda una revelación. Aquél presidente que parecía ir siempre un paso por delante nuestro, con una hoja de ruta marcada e inalterable por los resultados, no tenía otra salida al desmadre generalizado de la primera plantilla que tentarla con más dinero.
Recuerdo que cuando llegó Laporta se habló de cobrar una parte de la ficha en fijo y otra en variable según los títulos, una fórmula del todo lógica y coherente, pero que ya entonces me pareció inasumible si se quería tentar o retener a los mejores cracks del fútbol mundial. El tiempo dio la razón a mis peores presagios, pero nadie dijo nada porque la plantilla era de campanillas. Ahora bien, llegar a este punto de desmadre casi generalizado y tomar como única solución la de ofrecer más dinero me pareció de una simpleza impropia de una persona que considero inteligente como Joan Laporta. Es como el presidente de un país chusquero y subdesarrollado en el que el pueblo se queja que tiene hambre y, en lugar de iniciar una reforma valiente y decidida a largo plazo de la economía, sale a la calle y reparte unos cuantos billetes entre el pueblo. La medida, además, me pareció la de alguien desesperado, que se ha dejado llevar por la corriente en su balsa tomando el sol, bebiendo caipirinhas y comiendo plátanos, y de repente se da cuenta que está perdido en alta mar y no tiene ni la más remota idea de cómo volver a aguas seguras.
Eso es lo que realmente me preocupa. Hasta ahora siempre he pensado que Joan Laporta tenía una hoja de ruta muy clara y sabía exactamente cuáles eran los males del Barça y actuaba en consecuencia. Pero empiezo a dudarlo seriamente y a pensar que realmente, tuvo un golpe de suerte en la formación de un gran equipo y en el fichaje de un entrenador idóneo para el club y que luego se ha limitado a saborear sus mieles y sus réditos, sin aplicar medidas necesarias y a veces impopulares para que la maquinaria continuara funcionando. Siempre he dicho que lo peor no es cometer un error, sino no aprender de uno que ya has cometido previamente. Habrá aprendido la junta de lo que pasó la temporada pasada y actuará en consecuencia cuando acabe la presente? O se dejará llevar por los títulos que esperemos que consiga el club y hará otra operación de maquillaje?