Arséne Wenger, Michael Laudrup, José Mourinho, ayer Rafa Benítez… Son muchos los nombres que han ido sonando en los últimos meses de cara a ocupar el banquillo del primer equipo del Futbol Club Barcelona la temporada que viene, pese a que Joan Laporta reiteró hace poco su confianza en Frank Rijkaard. El técnico holandés está sufriendo en sus carnes el desgaste de cinco temporadas en el banquillo azulgrana y el desmadre de parte de una plantilla que no ha sabido atar en corto con su habitual mano izquierda, sus libros de filosofía y sus técnicas de control de grupo. Sin embargo, aún guarda en su manga los ases de una Liga que no está perdida y de una Champions que está complicada, pero ni mucho menos imposible.
El presidente del club azulgrana sabe, sin embargo, que una segunda temporada en blanco y sin medidas efectivas acabarían señalándole a él como el gran culpable de la situación del primer equipo. Así que Joan Laporta se encuentra ante una ecuación difícil de resolver: si quiere fichar a un técnico de garantías debe decidirse ya, pero si se precipita corre el ‘peligro’ de cargarse al técnico que hubiera ganado dos de las tres Champions de la historia del club, hablando hipotéticamente. La eliminación de la Copa no ha alterado mucho este panorama, puesto que se sigue considerando un torneo menor pese a la decepción que supuso el KO en Valencia. Todo queda, pues, a expensas del torneo de la regularidad y, sobre todo, de la Champions League.
Es innegable que en los despachos de Can Barça se ha hablado de entrenadores y que José Mourinho, pese a que hace un año pudiera parecer imposible, es el favorito de gran parte de los directivos de peso, encabezados por Marc Ingla. Sin embargo, tal como explicaba ayer acertadamente el maestro Paco Aguilar, a Joan Laporta no le convence Mourinho. El portugués es un entrenador complicado para cualquier presidente puesto que acepta las mínimas ingerencias desde arriba y, además, tradicionalmente no ha encajado con el perfil de técnico sosegado y ‘caballero’ que ha tenido el FC Barcelona. Siempre he pensado que un comportamiento socarrón y provocador, como el que tuvo en muchos momentos en el Chelsea, podría convertir su vuelta a Barcelona en una ‘Van Gaal History, tercera parte’. Por otro lado, también es evidente que Mourinho es un tipo inteligente, que presumiblemente sabría adaptarse a este entorno inflamable, que por otra parte ya conoce de su etapa como segundo de Bobby Robson.
Sea como sea, a Laporta, que no es muy partidario de meterse en asuntos del vestuario, pero que a veces lo ha hecho (como en la vilafrancada de Eto’o), no le convence Mourinho. Y se resiste a firmarlo, pese a las indirectas del portugués y a las contínuas noticias de ofertas millonarias por parte del Inter de Milan ue llegan desde Italia. Si el presidente pudiera elegir sin cortapisas, su número uno por filosofía de juego y personalidad sería Arséne Wénger, pero arrancar al francés del Arsenal parece poco más que utópico. A partir de ahí, los nombres de Michael Laudrup, aún un poquito verde para el Barça, y de Rafa Benítez, un entrenador cuyo estilo no encaja ni con calzador en el Camp Nou, parecen más rumores y especulaciones de la prensa que otra cosa.
En esta indefinición vive sumido Laporta que espera un ‘golpe de suerte’ en un sentido o en el otro: una eliminación de la Champions ante el Schalke le daría las armas para justificar ante la opinión pública el cese de un entrenador como Frank Rijkaard, que tiene muchas más cosas positivas que negativas en su haber; mientras que un triunfo en la Champions borraría de un plumazo todas las dudas, ya que sería descabellado pensar en cesar al técnico después de semejante fracaso. Falta ver, también, qué haría entonces el holandés, quién podría hacer las maletas molesto por la falta de confianza del club. Como casi siempre en el mundo del fútbol, los resultados dictarán sentencia.
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