Una de las palabras que más ha sonado en los últimos días en Can Barça y que se viene escuchando durante mucho tiempo en el fútbol español es compromiso. La Real Academia Española de la Lengua lo define en su primera acepción como obligación contraída, pero supongo que si hacemos una encuesta a nuestro entorno cercano sobre qué es el compromiso en el deporte obtendremos una cantidad de respuestas muy dispar. Para algunos el compromiso es dejarse la piel en el campo, para otros, rendir de manera acorde con el sueldo que se cobre, hay quien pide que el jugador sienta los colores y algunos se conforman con que se vayan apenados a sus casas después de una derrota.
El compromiso ha ido adquiriendo importancia en el vocabulario futbolístico a medida que crecía también su potencial económico. Leyes como la sentencia Bosman provocaron un verdadero cataclismo en la forma de entender y componer las plantillas de los clubes. Ya no eran cuatros extranjeros y jugadores del país, sino que se podía llegar a casos extremos como el del Arsenal, que lleva algunas temporadas jugando determinados partidos sin un sólo jugador de las islas y con un técnico francés en el banquillo. La libre circulación de jugadores y el dinero que suelen mover colateralmente los traspasos han propiciado contínuos cambios de camisetas y casos como los de Cristian Vieri, que ha jugado en 13 clubes a lo largo de su carrera. Todo esto provoca que muchos jugadores entiendan los clubes como una mera estación de tren, en la que se bajan un momento para proseguir su viaje más adelante, sin preocuparse lo más mínimo por la historia, las costumbres o el día a día de la ciudad en la que se ha apeado.
La falta de compromiso no es nueva, siempre ha habido jugadores poco comprometidos o que no han tenido el más mínimo pudor en canviar la camiseta de un club por la de su eterno rival. Uno de los casos más extremos fue el de Bernd Schuster, actual entrenador del Real Madrid, en la final de la Copa de Europa de 1986 en Sevilla. Con 0-0 en el marcador Terry Venables, con el que estaba enfrentado, le cambió y el jugador se marchó del estadio hacia el hotel. Cuentan que un taxista le recogió y le dijo: «Pero, si tu eres Bernd Schuster y tu equipo está jugando!» y el alemán respondió que le deba igual lo que pasara, puesto que su técnico le había cambiado porque no quería ganar la Copa de Europa con él en el campo.
Implicar a los extranjeros es complicado
No es justo pensar que todos los extranjeros son jugadores poco comprometidos con sus clubes. Hay casos en los que éstos jugadores se han convertido en historia viva de una entidad, como Thierry Henry en el Arsenal, Marco Van Basten en el Milan o Hugo Sánchez en el Real Madrid, poniendo un ejemplo más cercano, pero también es evidente que les cuesta más empaparse de la filosofía de una entidad por varios motivos, como el idioma. Muchos, además, viven completamente aislados de su entorno, pasando únicamente del campo de entreno a su finca privada, y carecen de la sensibilidad o el interés necesario para interesarse por la cultura local, el sentir de los aficionados o incluso la historia del club.
Hay un segundo grupo de jugadores, los criados en el mismo país, que tampoco son inmunes a la falta de compromiso, pero que por lo menos conocen aspectos básicos, como la historia de ese club, la manera de sentir de su afición, su importancia a nivel estatal y, si tienen algo de cultura, incluso puede que conozcan las costumbres de la región. Muy significatives son los casos de jugadores del primer ‘Dream Team’, como Bakero, Txiki, Julio Salinas o Eusebio, que no sólo se integraron perfectamente en la cultura catalana, sino que muchos han fijado aquí su residencia e incluso hablan el catalán. Son futbolistas que saben que si quieren jugar en España y no cambiar de país, vestir la camiseta del Barcelona, del Valencia o del Real Madrid es prácticamente lo más alto a lo que pueden aspirar, y que por tanto se preocupan algo más por el club que les emplea.
La tercera tipología de jugador es el canterano, una figura que despierta críticas tan enconadas como defensas encendidas y susceptibles de mucho debates demagógicos. Intentando no entrar en este campo, resulta obvio que estos jugadores que han nacido (Bojan, Xavi…) o se han criado (Iniesta, Messi…) en el club conocen a fondo su idiosincrasia, sus costumbres, sus problemas… Muchos han llorado por una derrota o celebrado una victoria de su club con los amigos cuando eran pequeños y no conciben el fútbol con otra camiseta. Su implicación suele ser máxima, porque saben que el futuro del club está íntimamente ligado al suyo.
Llegados a este punto, qué es para mi compromiso? Anteponer las necesidades y el bién del equipo al propio y entender las victorias y derrotas como propias. Cuando un jugador se desconecta del equipo o busca su propio bién por encima del colectivo, entonces no está comprometido. Cuando un jugador no asume una derrota como propia, entonces no está comprometido. Cuando Milito o Touré juegan, pese a que tienen molestias físicas, demuestran estar comprometidos. Cuando Ronaldinho sólo ha jugado siete partidos completos de los 29 de Liga esta temporada, casi siempre por molestias musculares, demuestra no estar comprometido con el equipo.
Por todo lo antes expuesto, es por lo que me encantaría que fichara Cesc Fábregas por el Barça o por lo que no tengo ninguna duda a la hora de elegir entre Bojan y Giovanni. Es más, entre Bojan y Henry me quedo con Bojan, aunque el francés ahora mismo tenga mucha más calidad. No se trata de hacer jugar sí o sí a los canteranos, sino de aplicar una ecuación de «a igual o un poco menos de calidad, uno de casa«. Todo ello sin renunciar a la voluntad de fichar a los mejores extranjeros del mundo, a los más determinantes, pero buscando más un perfil Milito o Touré que otros más endiosados, que sólo piensan en sus coches, sus cuentas corrientes y en la salidas nocturnas y en su ropa de marca.