El bisturí de Joan Laporta

Joan Laporta vivió el domingo su primera pañolada en el Nou Camp por parte de unos socios y aficionados que expresaron así su desacuerdo con la manera como está gestionando la junta directiva el club en los últimos meses. Porque ésta es la única lectura válida que se puede hacer de semejante reacción espontánea, espoleada en gran medida por las declaraciones que esa misma mañana había hecho el presidente en L’Hospitalet ante las peñas del Barça. Fue, sin duda, la ‘versión 2008’ de la Vilafrancada de Eto’o, una serie de expresiones y declaraciones histriónicas que pasarán a la historia del imaginario más cutre, más cómico, de los directivos del FC Barcelona. Porque sólo así se puede definir el contenido de lo que dijo el presidente, que resulta tan burdo y tan absurdo que casi no merece la pena comentarlo.

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Acusar a algunos periodistas de no ser del Barça me resulta cómico, puesto que es totalmente cierto que hay algunos que no lo son… y tampoco lo esconden! Eso, por si mismo, no les invalida para ser buenos periodistas, puesto que incluso les permite analizar las situaciones con menos atisbos de pasión o con una mayor imparcialidad, del mismo modo que hay periodistas por los que puedo poner la mano en el fuego y asegurar que son mucho más del Barça y sufren el doble que cualquiera de los directivos. El otro apunte que quería hacer sobre su discurso es que me indigna que se quiera confundir la crítica a determinadas situaciones, acciones o personas en ir contra los intereses del club. Ser del Barça no implica reirle las gracias a los directivos y los jugadores, que es poco menos lo que pasó la temporada pasada, en parte porque el equipo había ganado un crédito descomunal, y así nos fue. Ser del Barça es denunciar las cosas que no van bien y dejar que la gente juzgue, aunque también es verdad que la crítica se puede hacer desde un punto de vista constructivo o de una manera incendiaria. Ahí no entro y cada periodista sabe por dónde van sus tiros.

Lo que me sorprende sobremanera es la tendencia megalómana que tienen muchos líderes, de cualquier ámbito, de confundirse a si mismos con la entidad en el paroxismo de su poder. Joan Laporta representa y dirige al Barça, pero no es el Barça, y criticarle a él, o a Rijkaard o a Ronaldinho por hechos concretos y argumentados no es querer hacer daño al club. Al contrario. Si repasamos sus declaraciones van en consonancia con las Josep Lluís Núñez, en las épocas más crispadas de su mandato, de Joan Gaspart, que ya sabemos todos como es, o incluso de grandes dirigentes dictactoriales de la historia que han llegado a confundirse a si mismos con el país al que eventualmente estaban gobernando y, quizás, llevando a la ruina o a guerras fratricidas. Y con esto no quiero establecer comparaciones directas globales, sinó que quiero señalar sólo actitudes concretas.

Porque, lo que sorprendió del discurso de Joan Laporta no fue el contenido, que roza el absurdo y va en radicalmente contra precisamente de lo que él hacía en su época del Elefant Blau, sino su tono, la crispación del mensaje, que denotan el enorme nerviosismo que sufre el presidente. Hay quién postula que el mandatario ha sido siempre así y que se ha sacado la careta. Yo creo sinceramente que no, pese a algunos deslices como lo del aeropuerto o el enfrentamiento con Juanjo Castillo a la salida de un restaurante. En este sentido, os contaré una anécdota. En el primer año de su presidencia, la junta directiva montó un torneo interno de fútbol con medios de comunicación y en el que había un equipo de directivos, uno del cuerpo técnico, otro del fútbol base… El día en que nos tocó jugar a Mundo Deportivo contra los directivos, Jan Laporta fue sonriente a cada jugador del nuestro equipo antes de empezar dándonos la mano y diciendo «Hola, sóc en Joan«. Yo no soy una persona fácilmente impresionable, pero me dejó sin plabaras de todo un presidente del Barça hicera gala de esta humildad y apenas pude balbucear un ridículo «hola, sóc l’Albert«. Cómo si no lo conociéramos!

Puede que os parezca una historieta estúpida o banal, pero para mi es reveladora de una junta directiva que entonces era jóven, fresca, emprendedora, y que ahora parece cansada, bloqueada y desgastada. Me imagino que no debe ser fácil ser presidente del Barça. Lógicamente tiene muchas cosas buenas, pero a su vez debe resultar cansado estar siempre en el punto de mira de los medios de comunicación y cuestionado por cada pequeña decisión que tomes. Semejante infusión de poder y presión pueden poner a prueba el carácter más fuerte. Creo que la imagen que más se asemeja a lo que debe ser estar sentado en esa silla es el anillo único que forjó el maestro J.R.R. Tolkien y que dota de un poder casi ilimitado a quién lo posee, pero que a su vez conlleva el peligro de absorberlo, cambiarle la personalidad y consumirlo.

Las tres fases del mandato de Joan Laporta

Visto en perspectiva, su mandato al frente del Barça consta de una primera fase de reconstrucción (trabajo incansable, muchas iniciativas, ilusión, buenas maneras…), una segunda de recogida de frutos (títulos, jogo bonito, algo de prepotencia…) y una tercera de autcomplacencia (dolce vita, ausencia de código interno y de decisiones traumáticas o comprometidas, nervios…). De la misma manera que su trabajo honrado, árduo y comprometido se acabó filtrando al primer equipo y llegaron los resultados, los nervios de ahora, la autocomplacencia y la indefinición han acabado llegando a una plantilla que transita por el campeonato sumida en una crisis de identidad y de confianza, preguntándose una y otra vez quiénes son sus referentes.

Es evidente que Joan Laporta está nervioso, pero yo creo que está más nervioso por el futuro que por un presente que, visto fríamente y como él defiende, no está TAN mal. El Barcelona quedará seguramente segundo en la Liga, ha caído en semifinales de Copa y tiene opciones en la Champions League, un panorama que no es desolador para un club que, no hace tanto, encadenó 18 temporadas sin ganar una Liga o que ha ganado dos Copas de Europa en su historia. El problema no es tan presente sinó futuro, puesto que ha llegado el momento de tomar decisiones valientes y que no admiten margen de error. Ha llegado el momento de decidir si se confía en Frank Rijkaard o en un proyecto continuista (Pep Guardiola) o se produce un cambio en el modelo de juego y la dirección del equipo. Ha llegado el momento de intervenir quirúrgicamente a una plantilla en la que no se pueden poner vendas, como la temporada pasada. Hay que coger el bisturí y decidir hasta qué punto debe ser agresiva este intervención. Si cambias a Larsson por Gudjohnsen te puedes equivocar, porque la columna vertebral del equipo sigue intacta. Pero si vendes a Ronaldinho y Deco, que han sido los dos jugadores más determinantes de tu mandato, debes acertar plenamente en sus sustitutos, porque si no el equipo queda huérfano de referentes, como ha pasado esta temporada. Y el gran problema, la fuente de todo este nerviosismo, es que creo firmemente que Joan Laporta no tiene ni idea de qué hacer y que está esperando al ‘milagro de la Champions’ para no tener que tomar decisiones drásticas y arriesgadas que ya deberían estar más que asumidas. Lo grave y él lo sabe, es que aunque se gane la orejona la situación es complicada y requiere la intervención del mejor cirujano. Ya no vale escorrer el bulto y dejar al enfermo en manos de los practicantes o esperar a que se cure solo.

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