Yo no tenía que hacer la Cavalls del Vent este año. Estando seleccionado para el Ultratrail del Mont Blanc la última semana de agosto, era evidente que tres semanas era demasiado poco margen de recuperación entre ambas carreras. Sin embargo, justo antes de acabar el plazo de inscripción, mi amigo Sergi Montes nos escribió a Jesús y a mi diciendo que nos apuntáramos en grupo, que no nos tocaría, pero que ya tendríamos puntos para el año que viene. Y tocó, claro.
El Mont Blanc me dejó más desgastado de lo que pensaba. Las dos primeras semanas iba agotado, pero lo peor fue el dolor de pies. Y días antes de Cavalls persistía. Los últimos días la mejora fue rápida, pero sabía que no llegaba a la prueba en perfectas condiciones. Aún así, tenía muchas ganas de hacerla porque íbamos los tres juntos, porque llevaba dos años intentando apuntarme y no me había tocado y porque este verano habíamos hecho dos veces el recorrido y es precioso, trail running en estado puro. Eso sí, iba a afrontar la carrera siendo un poco conservador y muy a la expectativa de como iba físicamente y, sobretodo, de pies. Lo que no quería bajo ningún concepto era sufrir alguna lesión grave.
Pese a todo esto, en la salida estaba muy tranquilo. Me encanta ese momento en el que miras a tu alrededor y ves las reacciones de la gente: hablando con el compañero, aullando como un animal, con la mirada completamente perdida, sonriendo como un niño… Suena la música de El Último Mohicano y el subidón es espectacular. De repente te ves corriendo entre una riada de gente por callejones estrechos, aunque la mayoría es educada y no hay empujones ni cosas raras. Los primeros 14 kilómetros son básicamente una subida hasta los 2.500 metros del Niu del Áliga, el techo de la prueba. Como hemos salido bastante atrás, apretamos un poco para enfilar bien la ascensión y vamos haciendo. Para mi gusto vamos un tanto rápido, pero como subo bien y no quiero perder a Sergi, aprieto para seguirle. Jesús se queda un poco rezagado atrás.
La subida es dura, pero incluso se me hace un poco corta hasta el Niu, donde saludo a Joan Solà, el director de Salomon en España, y veo que Sergi, que se había marchado un poco, está esperando. Miramos si vemos a Jesús y, como no viene, iniciamos la bajada que tiene unas vistas espectaculares. Allí voy muy conservador y me pasa bastante gente, algunos bajando como búfalos. La subida ha ido bien, pero al bajar empiezo a notar un leve dolor en la planta de los pies. Eso, unido a un terreno muy técnico, hace que tense mucho la musculatura y se me empiezan a agarrotar los cuádriceps. Vamos bien… Cada vez me cuesta más seguir a Sergi y llego al refugio del Serrat de les Esposes mal, bastante mal. Apenas llevamos 28 kilómetros y voy sin piernas y con los pies doloridos. No quiero que eso me sirva de excusa y, ni mucho menos, quiero abandonar, pero está claro que así no puedo afrontar más 70 kilómetros. Eso sí, le explico la situación a Sergi y le digo que tire, que él va mucho mejor, y que yo quiero ir a mi ritmo. Me dice que no hay problema, que no quiere ir solo y que tampoco quiere forzar. Eso me alivia, ya que no quiero retrasarle y a la vez es una gran ayuda moral ir con alguien.
Trato de ser positivo y pensar que la cosa también puede ir a mejor. Me tomo un ibuprofeno, como un poco (hasta ahora no lo había hecho), bebo bien (hace mucha calor) y salimos. En ese punto de pájara mental, me encuentro a un chico con síndrome de Down al inicio de la subida. Está saludando a los corredores y cuando me acerco para chocarle la mano me dice con claridad alucinante ‘vinga, anima aquesta cara, ets una màquina!’. Su familia y y nos miramos y empezamos a reir a carcajadas a la vez que trato de contener alguna lagrimilla de emoción que se me escapa. Son esos pequeños-grandes detalles de una carrera que te hacen sentir especial y que te dan fuerzas para seguir adelante. Hay muchísima gente que no para de animarte por todo el recorrido, el ambiente es espectacular, y solo por eso vale la pena seguir. Entre esto, el ibuprofeno, la comida y lo que sea, empiezo a recuperarme y a bajar mejor. El último tramo de pista hasta Bellver, con un terreno más agradable, me permite correr bastante y rápido, lo que acaba de animarme. Allí hay la gran parada y mucha gente esperando, entre ellos Ricard Belaskoain, de Vilanova, que nos ayuda a coger la comida y a cambiar de mochila, ya que a partir de las cinco de la tarde el material obligatorio aumenta y nosotros habíamos salido con lo mínimo.
Mientras comemos aparece Jesús, así que salimos de Bellver reagrupados. Estamos en el kilómetro 40 y nos viene una subida suave, pero larga, hacia Cortals y luego un tramo que me da mucho respeto hacia Prats de Aguiló. Yo voy bien y hago la subida a ritmo e incluso corriendo detrás de Sergi, pero Jesús va con rampas y vuelve a quedarse. Hasta el primer refugio todo va perfecto, pero al salir hay una subida muy dura en la que me vengo abajo. De golpe me siento vacío y tengo que parar un par de veces de subir de puro agotamiento. No lo entiendo, eso no me pasó ni en los peores momentos del Mont Blanc. Este tramo de 12 kilómetros, además, es muy largo y estamos al mediodía, con un sol de justicia. Me quedo sin agua pese a ir racionando y Sergi tiene que esperarme bastante rato un par de veces. Trato de pasar el mal trago e ir corriendo cuando encuentro fuerzas, pero voy muy muy justo, incluso con sueño. Finalmente aparece el refugio y le digo a Sergi que yo allí tengo que parar un buen rato, sentarme, comer mucho, beber mucho y rehacerme, o no puedo seguir.
La sensación es rara. No quiero retirarme, pero está claro que en esas condiciones no puedo seguir 40 km. Decido hacer como antes: comer y ver qué pasa. Tomo de todo: otro ibuprofeno, magnesio líquido, un gel de cafeína, muchísima fruta, incluso gominolas… Y lo cierto es que cuando arranco, me encuentro con fuerzas otra vez y los pies han mejorado. Viene el temido pas dels Gosolans, una subida de casi 1.000 metros positivos, que hago a buen ritmo y animado, porque sé que una vez arriba, llanearemos unos kilómetros y luego bajaremos por pistas hasta el refugio Lluís Estassen, ya en el kilómetro 70. No fue mi mejor subida y Sergi me tuvo que esperar un poco, pero la superé bien y empezamos a bajar juntos a un ritmo cada vez mejor. Veo que de piernas voy muy bien, de pies aceptable y cuando llegamos a la pista empezamos a apretar y adelantar a bastante gente. La sensación es brutal, corriendo de esta manera en el km. 70. Me siento corredor otra vez.
Llegamos a Estassen bien y aún de día, uno de nuestros objetivos al inicio de la carrera. Allí vuelve a estar Ricard, que me dice que coma, pero voy lleno del refugio anterior, así que casi no paramos y enfilamos hacia el Gresolet. La bajada al principio es un poco complicada con raíces y piedras, pero luego se puede hacer bien y voy siguiendo a Sergi sin problemas. Llegamos rápidamente al refugio. Ya estamos en el quilómetro 75, sigue habiendo luz y ahora sé positivamente que no me voy a retirar, que mejor o peor, pero voy a acabar. El siguiente tramo hasta Sant Martí también baja bastante, aunque es más largo, y nos lanzamos a una bajada que disfruto bastante porque vamos a ritmo, pero que me castiga mucho la planta de los pies. En los últimos 2-3 kilómetros se está haciendo de noche y apretamos para llegar al refugio con luz, lo cual supone un golpeteo brutal para las articulaciones, pero conseguimos llegar al límite de que se nos acabe la luz.
Allí paramos un poco, comemos algo, nos tapamos porque empieza a hacer frío y salimos… sin los frontales! Le digo a Sergi que me de el mío que está en la bolsa y él se da cuenta que tampoco lleva puesto el suyo, que lo tiene en la mochila. Vaya empanada colectiva! Toca una subida de cinco kilómetros que empieza por els Empedrats, un tramo precioso de día que cruza varios trozos con mucha agua, pero algo complicado y resbaladizo de noche. Aún así, hacemos el primer trozo a muy buen ritmo. Yo me siento con fuerzas, aunque el tramo es larguísimo y en los últimos dos kilómetros se hace interminable. Llego al refugio bastante cansado y con gran dolor de pies. Me tomo un ibuprofeno, pero sé que ya no me va a servir de nada, y sin parar demasiado afrontamos los últimos 12 quilómetros. El primer tramo de bajada es muy pedregoso y supone un suplicio para mis pies. Me da rabia, porque de piernas voy muy bien, pero los apoyos son terribles. Con todo, esta vez no me quejo o me cabreo como en el Mont Blanc, porque ya sabía que venía aquí tocado y esto podía pasar. Es una especie de estoica resignación. Cuando encuentro un tramo limpio de camino puedo correr muy bien y disfruto. La sensación de estar corriendo de noche y tras 94 kilómetros te hace sentir realmente bien, pese a todo el cansancio y dolor acumulado. Otra vez la típica montaña rusa de sensaciones.
La lástima son los pies, los dichosos pies. De apoyar mal se me ha hecho una gran llaga en la planta izquierda, pero prefiero ese dolor al otro, al de las ‘almohadillas’ en las que parece que tenga clavada dos espinas cada vez que impacto con el suelo. Finalmente llegamos a la carretera, a un 5 kilómetros de Bagà, en la que me espera Sergi. Le digo que voy fatal e incluso correr por asfalto ya me resulta muy doloroso, pero a la vez pienso que el hecho de tenerle y que en tantos momentos hayamos ido juntos ha hecho la carrera muchísimo más llevadera mentalmente. Para colmo de males, tras dos kilómetros nos vuelve a meter con un caminito: no, más piedras no, por favor! Pero sigo. Qué remedio. Sigo resoplando y gritando como un animal por momentos, aunque a la vez estoy saboreando la carrera y que ya lo tenemos. Es de locos. Finalmente entramos en Bagà. Son las 11 y poco de la noche y aún hay mucha gente que nos anima y aplaude. Cruzamos la meta juntos y nos abrazamos. No es una explosión de alegría, pero estoy satisfecho y contento: hemos hecho el tiempo previsto (16h21′), una posición digna (133 al llegar, 119 en las clasificaciones porque hay gente a la que parece ser que han descalificado) y he acabado una carrera que por momentos no vi muy clara.
Saludo a Mauri, Edu, Biel de Salomon, gente magnífica que me han animado durante la carrera, y nos hacemos la foto de finishers mientras esperamos a Jesús, que llegará una hora y media después de nosotros. Por mi parte, sensaciones ambivalentes. Un poco triste por el tema pies y no haber podido hacerlo algo mejor, pero muy contento por lo vivido, por hacer la carrera con un amigo de la infancia, por el ambientazo, por los paisajes y por haber acabado otra de las carreras más duras del mundo. Y ahora qué, me pregunta mucha gente. Ahora, a descansar un poco 😉