Artículo publicado en la Web de Mundo Deportivo con una espectacular infografía (no os la perdáis).
En tan sólo seis años de vida, la Transvulcania Salomon Nature Trails se ha convertido en una de la carreras de referencia el panorama mundial y la de más renombre del estado español. Ubicada en la isla canaria de La Palma, de apenas 47 kilómetros de largo y 29 de ancho, el próximo 10 de mayo transcurrirá a lo largo de 84 kilómetros por el GR 131, conocido popularmente como La ruta del bastón, para enlazar con el GR 130, el Camino real de la costa. Los nombres, aunque pintorescos, no hacen justicia a la belleza apabullante de un recorrido que parte de madrugada del nivel del mar, el Faro de Fuencaliente, para acabar ascendiendo a los más de 2.500 metros del Roque de los Muchachos, la cima de la prueba. En total son 4.415 metros de desnivel positivo a través de bosques, refugios y volcanes por una cresta desde la que se ve toda la isla y que regala a los participantes unas vistas maravillosas.
Ahora bien, el renombre de la Transvulcania no viene dado únicamente por su recorrido, sino también por el alto nivel de los participantes que suele convocar. Desde que hace dos años entrara en el calendario de ultras de la International Skyrunning Federation, la carrera ha atraído a un elenco de atletas de todo el planeta difícil de ver en una única prueba. Más de 50 profesionales se dieron cita en la edición anterior, que ganaron los corredores de Salomon Kilian Jornet y Emelie Forsberg, y este año ya han confirmado su participación otros ‘pesos pesados’, como Luis Alberto Hernando o Timothy Olson.
Pese a estar situada al principio del calendario de ultras, su atractivo y distancia relativamente asequible hace que la mayoría de grandes corredores no quieran perderse la cita, aunque la calor pueda jugar malas pasadas a algunos como Jornet, que llegan a la Palma directamente de su temporada de esquí de montaña. Además del atractivo de los profesionales, la Transvulcania es una gran fiesta popular que el año pasado ya convocó a 1.800 corredores en la distancia de ultramaratón, que este año ya ha cerrado sus inscripciones con la misma cifra.
Se mantiene la distancia de media maratón, hasta el refugio del Pilar, y se crean para este 2014 la Maratón, que llega hasta la mitad del recorrido, y el kilómetro vertical, que tendrá lugar el dia 8 de mayo y también forma parte de las Skyrunners World Series. Un total de cuatro citas que convierten durante un fin de semana a la pequeña isla de La Palma y a sus habitantes, tremendamente acogedores y volcados con la carrera, en el epicentro del trailrunning mundial.
Ya está, se acabó. Mi temporada 2013 de ultras ha llegado a su fin. Después de un primer año un tanto experimental, ésta era la primera en la que me dedicaba en serio a este deporte y afrontaba algunas de las mejores carreras del panorama internacional que no había hecho nunca. El objetivo era acabarlas con un tiempo y posiciones dignas y creo que en todas lo he conseguido. No me siento nada del otro mundo, hay mucha gente amateur como yo que es mucho mejor, pero personalmente sí que he cumplido algunos sueños, como acabar el Ultratrail del Mont Blanc. Además, he vivido sensaciones y momentos (buenos, increíbles y también malos) que sé que me acompañarán toda mi vida. Por otro lado, gracias a las redes sociales y a este blog he podido conocer a mucha gente apasionada por este deporte, algunos de los cuales con los que incluso he hecho amistad. Y eso, creo, es lo más importante. Junto a las experiencias, es lo que me va a quedar, más allá de marcas, posiciones o camisetas de finisher.
La temporada arrancó en marzo con varias carreras de 50, como la Marxa dels Castells, muy popular, y la Half Trail Muntanyes Costa Daurada. Allí tuve una buena posición (9º) y un buen tiempo (6h20′ para 46 km y 2.850 de desnivel positivo). Una semana después de hacer la Marxa dels Castells (55 km.) corrí la Maratón de Barcelona en la que iba a salir tranquilo, me acabé animando y sufrí como un animal para bajar mi marca en un espectacular… minuto! Jajaja (de 3h11′ a 3h10′). Hablando en serio, he decidido que, por lo menos de momento, no voy a volver a hacer maratones de asfalto (llevo tres), porque no me motivan. No digo que no sean duras y que no puedan ser ilusionantes para otras personas, pero a mi no me dicen nada. Al final se trata de correr como un loco para bajar 3-4 minutos y tampoco entreno bien para eso.
A finales de abril empezaba la chicha: la Ultratrail Barcelona de 114 km. Ya la había hecho un año y esta vez la iba a correr con Jesús, con quien entreno. El objetivo era acabar ambos y bajar un poco mi tiempo del año pasado (casi 14 horas). La carrera fue infernal por algunos problemas de organización, los tapones al principio, la lluvia y el frío inesperados en esas fechas en el Garraf, pero al final nos salió muy bien: misma posición que el año pasado (14), media hora menos, Jesús acabó conmigo y encima fue segundo veterano de Catalunya (yo octavo de la absoluta). Lo mejor fueron las sensaciones, el acabar más de 100 kilómetros corriendo fuerte y bien de piernas. Eso me animó a ir a la Transvulcania.
Llevaba un año apuntado a la carrera de la Isla de La Palma. Había visto paisajes y vídeos y me parecía espectacular. No tenía muy claro si estaría recuperado tras la UTBCN y me tocaba ir solo, pero al final me lié la manta a la cabeza y creo que ha sido la mejor carrera de mi vida. Allí conocí a Kilian Jornet y Núria Picas y les propuse hacer la entrevista que más tarde acabaría publicando en Mundo Deportivo y GQ Italia. También conocí a Anthon Krupicka o Timothy Allen Olson y la carrera me fue genial: me había planteado hacer unas 12 horas y llegué en 10h17′ y entre los 100 primeros, en una carrera con 50 profesionales! En la meta casi no me lo creía. Además, la gente de la isla y la Transvulcania son espectaculares, una prueba que creo que hay que hacer por lo menos una vez en la vida.
La primera parte de la temporada se cerraba con la Volta a la Cerdanya. La carrera me apetecía porque entré en el Projecte Summit de Emma Roca que estudiaba los efectos de los ultratrails en corredores de distinto nivel. Ahí conocí a mucha gente, muy buena, aunque la prueba fue (otra vez) pasada por agua. Cuando acabó de llover la cortaron por el peligro de tormenta y nos quedamos sin subir a La Molina, la parte más interesante a priori del recorrido. Al final fueron 6h31′ para 57 kilómetros y una 19ª posición en la general que no está nada mal, teniendo en cuenta el nivel que había. Pese a que fue un poco engorroso ir directo al hospital sin tiempo de comer, beber, ni ducharme, para hacer las pruebas, la organización y la gente del Summit estuvieron a una grandísima altura.
La segunda parte de la temporada giraba alrededor de un macizo y de una carrera mítica, pese a que apenas lleva 10 ediciones y las tres últimas habían estado marcadas por el mal tiempo y problemas organizativos: el Ultratrail del Mont Blanc. De hecho, casi todo lo que he hecho en montaña había estado enfocado de reojo a pillar experiencia para lo que era uno de los grandes retos de mi vida. En su momento hice una crónica muy extensa y sincera de lo que llegué a sufrir, vivir y sentir durante esos 170 kilómetros y más de 33 horas, pero creo que refleja un 10 por 100 de lo que pasó. Solo puedo decir que lo logré, que fui uno de los 1.600 afortunados de los 2.500 que lo intentaron que cruzó esa meta de Chamonix de noche y con una gran sonrisa en los labios.
El Ultratrail del Mont Blanc me pasó factura. Si bien a nivel muscular no acabé muy roto, el hecho de trabajar también dando clases de spinning en un gimnasio y que el lunes siguiente al domingo de la carrera ya estuviera dale que te pego no ayuda. No es excusa, me encanta mi faena, pero está claro que cuando haces cosas incorrectas y no descansas, lo acabas pagando. Lo peor fueron los pies, que me hicieron sufrir muchísimo durante la carrera y luego se me quedaron inflamados dolorosamente casi una semana. Estuve prácticamente parado porque apenas tres semanas después hacía la Cavalls del Vent. Esa era otra idea que a priori no podía ser buena, pero iba con Sergi y Jesús, con los que entreno siempre, llevaba años intentando apuntarme y me parece un recorrido espectacular. Creo que es una ultra preciosa, que hay que hacer una vez en la vida aunque sea por etapas, ya que su paisaje y variedad son excepcionales. El hecho de ampliarla este año a 100 kilómetros aumentaba su dificultad y personalmente no me fue nada bien. Arrastré dolor de pies desde el kilómetro 25, llegué al 58 muy tocado y, tras rehacerme un poco, el tramo final fue un calvario. Pese a todo, disfruté con una carrera preciosa y bien organizada, que acabé con un tiempo digno de 16h21′ y la posición 119 de más de 1.000. Lo mejor, sin embargo, es que este año me han hecho Salomon Field Tester, una comunidad de blogueros y corredores que prueban material de la que ya era mi marca preferida, y allí en Cavalls pude conocer a gente como Mauri, Eva o Edu. Son jóvenes y espectaculares como personas, apasionados del deporte y del trail, y que trasladan esa ilusión a lo que hacen. Eso y el orgullo de formar parte, aunque sea indirectamente, de Salomon es lo que me llevo de Bagà.
La última carrera del calendario no la teníamos prevista, pero la vimos, nos cuadraba por fechas y era un escenario en el que nunca hemos corrido. La Ultratrail Collserola celebraba su primera edición, tenía un precio razonable, estaba al lado de casa y Sergi, Jesús y yo decidimos cerrar la temporada ahí. Las sensaciones fueron raras: me fui encontrando bien y mal, alternativamente; me perdí un buen trozo, cosa que no me suele pasar, pasé frío, llegué casi deshidratado a un avituallamiento, salimos un tanto rápidos… pero al final regulé un poco y acabé con buenas sensaciones. El tiempo era más o menos lo que me esperaba, 8h39′, y la posición, la 48, un indicativo que hay que ser humilde, tener claro que hay mucha gente buena y una motivación más para seguir entrenando y mejorar.
La verdad es que miro atrás y me parece increíble lo que he vivido en tan poco tiempo. Lo apasionante que es este deporte, tan aparentemente sencillo y en el que el sufrimiento y la alegría desbordada están separados por una línea muy fina. Un año en el que solo en carreras he hecho 650 kilómetros y unos 34.200 metros de desnivel positivo. No sé qué me deparará el 2014, pero espero que sea por lo menos tan positivo y lleno de experiencias como este 2013.
La Transvulcania es una carrera espectacular que tiene lugar en la isla de La Palma con un recorrido de 83 quilómetros y 4.400 metros de desnivel positivo. Discurre a través del GR-131 y parte del GR-130 y tiene varias peculiaridades, como el hecho de salir a nivel del mar, subir hasta 2.500 metros entre volcanes y un paisaje alucinante, volver a bajar a nivel de mar y afrontar la llegada en Los Llanos de Aridane. Pese a que apenas tiene cinco años, el hecho de formar parte del World Skyrunning Series, su belleza y el patrocinio de una marca del prestigio de Salomon han elevado la prueba a una de las de más prestigio del calendario internacional. Este año, además, se habían dado cita los mejores corredores del mundo y aunque algunos como Anna Frost, Miguel Heras o Tony Krupicka se cayeron a última hora por lesión, el cartel seguía siendo de escándalo.
Llegué a la isla el jueves por la mañana y me alojé en el Hotel Princess de Fuencaliente. Desde el primer instante te das cuenta que la isla está volcada con la carrera y que sus habitantes son muy amables. La mayoría te preguntan si vas a correr y te dan ánimos con una muestra de respeto y veneración. Estaba deseando correr y por la tarde no pude resistirme al hecho de ir hasta el Faro de Fuencaliente y hacer los 8 primeros quilómetros de la prueba y volver. No era cuestión de quemarse a dos días de la carrera, así que fui muy tranquilo, haciendo fotos y disfrutando de las imponentes vistas, del sobrecogedor silencio y probando por primera vez el calor al que me iba a enfrentar o otras dificultades, como el perfil duro, de piedras volcánicas, o la arena negra que dificulta mucho la tracción en plano y te hunde en las subidas. Al dia siguiente fui a la presentación para la prensa de la prueba y pude hacerme una foto con Kilian Jornet y Nuria Picas, dos corredores catalanes de los mejores del mundo, o hablar tranquilamente con otros, como Timmy Olson, el ganador de la última Western States. A muchos no les dirá nada, pero para mi era un sueño poder conocer y charlar con algunos de los mejores corredores del mundo, a los que llevo tiempo siguiendo.
El día de la prueba nos levantamos a las 3 de la mañana, desayunamos en el hotel y a las 4,30 en punto subimos al autobús que debía llevarnos a la salida. Allí me encontré con Isra Prieto, el otro chico de Vilanova que corría la prueba, y con el que estuve hablando durante una hora mientras esperábamos que arrancara la prueba. Los días previos me obsesionaba la salida, puesto que había visto que tenía lugar por un sendero estrecho en subida y temía que, con 1.700 participantes, si salía de muy atrás me encontrara con un tapón que me retrasara innecesariamente. Por suerte, pudimos colocarnos muy adelante, prácticamente en segunda fila detrás de los profesionales, mientras esperábamos la salida a ritmo de AC/DC. El momento llegó y me vi corriendo con el corazón desbocado, pulsaciones a tope, por el sendero. Hice los primeros seis quilómetros a un buen ritmo, corriendo pese a que la subida era considerable, y mirando de tanto en tanto el precioso espectáculo que suponía ver una fila de luz formada por miles de corredores en medio de la más absoluta oscuridad.
Ya durante la subida había mucha gente por el camino animando y me habían hablado de Los Canarios, el primer pueblo, pero no estaba preparado para lo que me encontré allí. Aún no eran las siete de la mañana y en la calle había centenares de personas animando como locos. Niños que te ponían las manitas para que se las chocaras, adultos, ancianos… Todos gritando ‘sí, se puede’ y haciendo que se me pusiera la piel de gallina e incluso se me estuvieran a punto de saltar las lágrimas. No soy una persona muy emotiva, pero aquello me superó y me hizo sentir que, pese a lo que pueda pensar mucha gente, era un privilegiado por poder correr una prueba así. La apoteosis llegó en el avituallamiento, que estaba entre dos vallas repletas de gente que se iban estrechando, estilo Tour de Francia. Estaba tan emocionado que apenas me hidraté, pese a que hacía mucho calor, y salí zumbando por una pendiente terrible mientras mis piernas protestaban.
Y tras el jolgorio, el contraste. La calma absoluta, el silencio de adentrarte en una zona boscosa previa al duro ascenso que nos esperaba hasta Las Deseadas. Sabía que en los primeros 20 quilómetros se pasaba de 0 a 2.000 metros, por lo que los 12 que me quedaban iban a ser muy duros. Ya había logrado situarme bastante adelante (en ese momento no lo sabía, pero pasé el primer control en la posición 97), y me dediqué a buscar un ritmo alegre, pero no excesivamente rápido. En todo este proceso la isla me regaló un amanecer precioso, que hizo un poco más afable una subida fatigosa, complicada por un terreno gravoso y escarpado. En este tramo me pasaron bastante corredores, sobretodo Canarios, que a mi entender iban muy rápidos, pero no me obsesioné. Quedaba mucha carrera y quería ser algo conservador para no llegar muy tocado al tramo más duro y de más calor.
La llegada a la zona alta de Las Deseadas se hace dura. Apenas hay tramos corribles, así que intento subir a un buen ritmo, casi haciendo marcha atlética, y no detenerme. No me he hidratado bien y lo paso algo mal hasta llegar al segundo avituallamiento. Entre medio me asaltan las dudas: habré salido demasiado rápido? Notaré el cansancio por haber hecho la Ultratrail Barcelona de 114 km. apenas dos semanas antes? Por fin corono el punto más alto y empieza un descenso suave y agradable hasta el refugio del Pilar, parte en la que se acaba la media maratón y que marca un tercio de carrera, más o menos. Lo bonito y lo duro de este tipo de carreras es que, por mucha experiencia que tengas, siempre puedes cometer errores de novato. A mi me pasa en un tramo plano y sin dificultad. Estoy sacando algo de la mochila, no miro el suelo, me despisto y me tuerzo fuertemente el tobillo derecho. Me quedo parado por el dolor y la angustia. En otras carreras me ha pasado lo mismo y el dolor ha ido remitiendo, pero hace tres semanas me pasó en un entreno y fue en aumento. Si es así, y con 60 quilómetros por delante, estoy listo. Trato de calmarme, me tomo un ibuprofeno y corro cojeando y enrabiado por uno de los tramos más fáciles de la carrera.
Por suerte, el terreno es fácil y con el movimiento el dolor remite. Llego al refugio aún sin ir a tope y oigo los ánimos de centenares de personas que están esperando la llegada de los corredores de la media maratón. Allí me avituallo abundantemente de isotónico y agua, que además está fresca y sienta de maravilla. Salgo y oigo una ovación atronadora, incluso de los voluntarios. Me giro para ver si llegan algún corredor local o el ganador de la media y me sorprendo al ver que no hay nadie, y que es por mi. Alucinando, recorro un tramo de pista en la que hay muchísima gente que te ofrece de todo: agua, comida, Aquarius… Te hace fotos, te anima… El ambiente es increíble.
Hemos llegado a 2.000 metros de altura en el km 26 y ahora viene un tramo que supuestamente planea hasta llegar en el 57 al punto más alto de la carrera, el Roque de los Muchachos. El tramo inmediatamente posterior al refugio es el más pistero y el único en el que se puede correr de una manera un poco regular y rápida, pero pronto llegan más tramos de subida que rompen el ritmo y ponen a prueba las piernas. Sigue habiendo muchísima gente de la isla por el camino, sentados junto al camino con neveras o que han salido a andar y a animar a los corredores. Algunos de ellos ya empiezan a ir tocados y van taciturnos, como Mohamed Ahansal. Me encuentro con el ganador del último Maratón de los Sables y lo está pasando mal. Intercambiamos unas palabras y sigo mi camino. Me siento bien y, aunque algunos corredores me dicen que reserve fuerzas, decido aprovechar el momento y confiar en que mis piernas responderán al final, como lo hicieron en la UTBCN.
El tramo de ligera bajada pronto acaba y volvemos a afrontar una dura subida hasta el Pico de las Nieves, en el quilómetro 42. Aquí muchos corredores empiezan a notar el cansancio y se van quedando atrás, pero yo subo bien e, inexplicablemente, en muchas pruebas es un punto en el que empiezo a encontrarme mejor. Corro en algunos tramos de subida, pero en otros ando rápido para conservar algo las piernas. Todos los corredores expertos me avisan que la carrera empieza en el Roque de los Muchachos, que la subida hasta ahí es muy dura y la bajada, terrible. Llego al avituallamiento, me hidrato mucho (casi un litro de agua, más lo que cargo encima) y emprendo una pequeña bajada que dura muy poco. Otra vez subida hasta el pico de la Cruz y vistas cada vez más espectaculares de la llamada Caldera de Taburiente.
De ahí hasta adelante hay pequeños tramos llanos, con otros de subida, hasta llegar al mirador de los Andenes, creo, dónde hay un avituallamiento. Estoy a punto de saltarlo, porque apenas quedan cinco quilómetros hasta el Roque, pero decido pararme y comer algo de fruta y beber, siempre beber mucho. Cada vez voy mejor, pese a que la subida ha sido dura y queda lo peor. Ya casi nadie me adelanta y yo voy pasando a algunos corredores. Durante la prueba llevo puesto el altímetro en mi Garmin Fenix para no ver el tiempo que llevo. Tampoco quiero saber en qué posición voy. No quiero que eso me cree ansiedad y me obligue a ir más rápido de lo que puedo aguantar, sino que prefiero dejarme llevar por mis sensaciones y que sea lo que tenga que ser. La Llegada al Roque es extenuante, pero de una belleza sublime. Además, hay muchísima gente en el camino animando y en la parte final de la ascensión decenas de personas que te llaman por tu nombre (la organización reparte listas con los dorsales). Aunque las piernas están a punto de estallar, llego arriba corriendo, sonriendo, agradeciendo y saludando a cada persona con la que me cruzo o está sentada animando.
En el avituallamiento el ambiente es festivo y hay corredores sentados comiendo pasta. Todo el mundo aplaude, para variar, y se desviven por atenderte. Me mojo la cabeza, porque la calor aprieta, como una barrita, bebo más de un litro de isotónico y me dispongo a encarar la tan temida bajada: en 20 quilómetros nos llevarán de la cota 2.500 al nivel del mar por un terreno supuestamente muy duro y pedregoso. Yo no suelo bajar muy bien y tengo el tobillo algo resentido, así que temo mucho este tramo y me voy mentalizando para que me pasen bastantes corredores. Los primeros quilómetros son fáciles, pero rápidamente llegan las bajadas más duras y técnicas, en las que debes vigilar mucho. Lo hago, pero eso no evita que me tuerza una segunda vez el tobillo. Esta vez el dolor es penetrante y me tengo que quedar parado un par de minutos. Además, el terreno no permite correr con seguridad y me vuelvo a poner en marcha lentamente. Llego con muchas dificultades al avituallamiento del Time, en el quilómetro 70, donde veo a dos profesionales portugueses retirándose.
Sólo me quedan siete quilómetros de bajada hasta Tazacorte, pero aun hay 1.500 metros de desnivel. No puede ser tan duro, me digo. Pero lo es, y mucho. Son las dos del mediodía y el calor es asfixante. Me había mojado la cabeza y la camiseta en el avituallamiento, pero a los cinco minutos estaba seco. A media bajada me encuentro con un chico sentado en un margen con la cabeza entre las manos. Le pregunto si está bien y al ver el dorsal me doy cuenta que es un profesional, Adam Campbell, que me mira con los ojos llorosos y me dice que sí, que siga. El tobillo no me sostiene bien y debo vigilar mucho dónde pongo el pie. Los quilómetros no pasan, me caigo, me enfado por estar haciéndolo mal y no disfrutar de la carrera… El último tramo de la bajada es por una escalera escarpadísima que no se acaba nunca. Allí me tuerzo por tercera vez el tobillo y caigo de rodillas con lágrimas de dolor en los ojos. En esta ‘dignísima’ posición me encuentra una chica que se para y se ofrece a ayudarme. Cuando me habla veo que es francesa y deduzco que se trata de Emilie Lecomte, otra profesional que debe estar luchando por acabar delante y ha tenido la delicadeza de interesarse por mi.
Hago los últimos 150 metros de bajada literalmente andando, cojeando y dando tumbos hasta entrar en el paseo marítimo de Tazacorte. Creo que incluso estoy un poco mareado y me da vueltas la cabeza por el calor sofocante. Imaginaos un paseo de una ciudad turística un sábado a las 3 del mediodía con todas las mesas de los restaurantes llenas a rebosar. Empiezo a correr y al ser el terreno plano el tobillo me sostiene bien, voy ganando velocidad mientras toda la gente del paseo me aplaude y anima, voluntarios incluídos. Me giro a ver si llega alguna chica, profesional o alguien de Canarias, pero no viene nadie. Es por mi. Alucinante. Estoy demasiado cansado para emocionarme, pero entro en el avituallamiento sacudiendo la cabeza de incredulidad. Mi paso por la carpa es corto (en mi línea), pero me hidrato muy bien y me mojo de arriba a abajo, otra vez. Al salir voy con un chico canario que va andando con palos. Me dice que me reserve, que la subida que queda es dura, pero me encuentro muy bien de piernas, hay asfalto y quiero correr. NECESITO correr.
Algo ha cambiado. El paso por el avituallamiento ha borrado mi mal humor y, aunque la subida es dura y ya vuelvo a ir seco y sofocado, la hago a buen ritmo. Me pasa un chico que grita ‘qué calor, ay va la ostia!’, desde atrás le digo ‘eres vasco, no?’ y me responde, ‘cómo lo has sabido?’ Nos ponemos a reir los dos. En la subida hay grupos de chicos comiendo y con agua que te van lanzando por encima, algo que se agradece como nunca. La verdad es que no se me hace larga y sigo acelerando. En el tramo final pillo a dos chicos argentinos del Salomon Team. A uno lo reconozco porque lo han entrevistado en la salida presentándolo como ‘Gustavo, uno de los mejores corredores de Suramérica’. Empiezo a a intuir que voy muy bien de clasificación y me animo. Al final de la subida nos encontramos con un corredor sentado bajo un árbol diciendo abatido que no puede más. Nosotros tres, sin decirnos nada, nos acercamos, lo levantamos y empezamos a empujarlo para que siga. Ése es el ambiente de una carrera de este tipo. Compañerismo puro.
En las primeras casa hay gente con cubos de agua que te echan por encima y no paran de animarte: ‘vamos niño!’, ‘ya estás, transvulcanero’, ‘la línea azul y se acaba’… Y entonces la veo, una gran avenida con un carril bici azul que te lleva directo a la meta y me lanzo a un esprint con todo lo que tengo. Oigo algo como ‘niño, si estás para hacer otra Transvulcania’ y me río a carcajadas. El dolor de piernas no existe. El del tobillo tampoco. Estoy haciendo dos de los quilómetros más bonitos de mi vida, con gente animándome desde los balcones, gente parada en el arcén, niños mirando con cara de admiración y poniendo sus manos para que las choques, familias sentadas en bares gritando y animando. Delante, a lo lejos, veo un corredor extranjero que ya me había pasado un par de veces y decido respetarlo en la recta final, pero veo que va pasando al lado de los niños y los ignora. Y me da rabia. Esos niños están a las 4 de la tarde bajo un sol abrasador saludando a los corredores. Yo sigo disfrutando como un enano saludando a todo el mundo, musitando ‘gracias’ cada vez que me animan, y chocando mis manos con cada una de esas pequeñas manitas. Uno de los padres, enfadado cuando el corredor de delante esquiva a su hijo, me dice ‘pásalo, pásalo!’. Y decido pasarlo como un avión para llegar a la increíble meta de Los Llanos con los brazos abiertos, mirando el reloj, viendo que estaba en 10h17′ (cuando me había planteado entre 11-12 horas) y sintiéndome feliz, muy feliz. Luego sabría que había quedado en la posición 91, algo que no me imaginaba ni en mis mejores sueños, pero aún ahora, ya con la cabeza fría, pienso que lo mejor no es el tiempo. O el puesto. Sino las sensaciones que viví a lo largo del recorrido y el cariño de la gente y los voluntarios que, por mucho que escriba, nunca podré reflejar aquí. Gracias La Palma. Hasta pronto.
El carismático Anton Kuprika, el ganador del último Ultratrail del Montblanc (François D’Haene), el cuatro veces vencedor de la Maratón de Sables (Mohamed Ahansal), el sorprendente ganador de la última Western States (Timmy Olson), el español Miguel Heras y, sobre todos ellos, Kilian Jornet. Un extraterrestre que el año pasado ganó prácticamente todo lo que corrió, excepto la Transvulcania, en la que sufrió una fuerte deshidratación por la calor y falta de adaptación y acabó tercero. El catalán este año vuelve a la isla de La Palma directamente de su temporada de esquí, pero dispuesto a poner la muesca que le falta en la lista de grandes carreras del mundo.
Y es que, pese a su juventud (cinco ediciones), la Transvulcania ya puede considerarse por calidad, cantidad (casi 1.700 inscritos) y belleza, una de las carreras más importantes del globo, como lo demuestra el hecho de formar parte de las Skyrunners World Series, el Campeonato del Mundo oficial del ultrafondo. Por ello, en categoría femenina también ha convocado a primeras espadas como Tina Emelie Forsberg, Anna Frost, Núria Picas o Fernanda Maciel, la mayoría de las cuales ya están en La Palma entrenando el recorrido.
Los participantes en esta prueba, que forma parte del circuito Salomon Nature Trails, deberán recorrer unos 84 kilómetros con 4.415 metros de desnivel positivo, pero las similitudes con otras carreras acaban aquí. La salida tiene lugar a las 6 de la mañana desde el faro de Fuencaliente y ya permite ver una espectacular serpiente de corredores con frontal que afrontan una fuerte subida que se prolonga hasta el kilómetro 57, cuando la prueba corona su punto más alto, el Roque de los Muchachos, a 2.426 metros de altura. Es un recorrido que, por lo que muestran las imágenes, tiene una belleza espectacular y transcurre entre pinares, volcanes y tierra volcánica a lo largo del GR131, conocido popularmente como ‘la ruta del bastón’.
Personalmente, llego con mucha ilusión a la prueba. Algo resentido y aún con molestias después de la UTBCN y sin apenas tiempo de recuperar, pero confiando que me encontraré bien y podré disfrutar de un paisaje y de una carrera tan peculiares. No tengo muchos objetivos marcados. Sé que no estaré entre los primeros ni quiero volverme loco de entrada, y quizás mi único objetivo es bajar de las 12 horas, pero sin obsesionarme ni descuidar puntos básicos, como la hidratación. Mi idea es ser conservador hasta el Roque y a partir de ahí, si voy bien, apretar un poco, pero disfrutando a la vez de un paisaje que, por lo que he visto y me cuentan, debe ser espectacular.