Así fue la ultra de la Marathon du Mont Blanc

La catalana Anna Comet logró una sufrida y meritoria segunda posición en la Marathon du Mont Blanc, la segunda prueba en la categoría ultra de las World Series de la Skyrunner International Federation, que tuvo lugar el viernes en Chamonix (Francia). La corredora del equipo Dynafit invirtió un tiempo de 12h54′, para completar la carrera de 80 kilómetros con 6.000 metros de desnivel positivo a lo largo del macizo del Mont Blanc. Los ganadores fueron el norteamericano Alex Nichols, con un tiempo de 10h31′, y la nepalí Mira Rai, en 12h32′.

Andy Symonds, Alex Nichols y Franco Colle Photo credit: Albert Jorquera

Andy Symonds, Alex Nichols y Franco Colle Photo credit: Albert Jorquera

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Anna Comet, Mira Rai y Hillary Allen Photo credit: Albert Jorquera

La carrera salía a las 4 de la mañana, en un ambiente muy diferente al del atestado UTMB, pero en la misma ubicación. Comet arrancó fuerte y con valentía, liderando la prueba desde el principio. Por detrás, solo Rai y la norteamericana Hillary Allen le podían seguir el ritmo, ya que la china Dong Li pronto quedó descolgada. La catalana mantuvo ventajas cortas, de entre 5 y 8 minutos, mientras por detrás Rai y Allen corrían juntas en su persecución.
La salida, a las 4 de la mañana Photo credit: Albert Jorquera

La salida, a las 4 de la mañana Photo credit: Albert Jorquera

Valió la pena levantarse a las tres de la mañana para estas vistas Photo credit: Albert Jorquera

Valió la pena levantarse a las tres de la mañana para estas vistas Photo credit: Albert Jorquera

En el Kilómetro 38, en la impresionante presa de Emosson, pude hablar con Anna y me comentó que «quizás había salido demasiado rápido». Aún así, iba bastante fresca e intenté animarla. Allen y Rai llegaron cinco minutos después de ella, siempre muy juntas.
La presa de Emosson. Por ahí pasaron los corredores en el km. 38 Photo credit: Albert Jorquera

La presa de Emosson. Por ahí pasaron los corredores en el km. 38 Photo credit: Albert Jorquera

Hillary Allen y Mira Rai, corriendo siempre juntas Photo credit: Albert Jorquera

Con el paso de los kilómetros Comet empezó a sufrir el cansancio y los problemas intestinales. Se le notaba en la cara en el paso por La Tour (km 54), un sitio con unas vistas espectaculares, pero pese a ello llevaba ocho minutos sobre sus perseguidoras. Eso sí, a Rai la vi sonriendo, muy fresca e incluso saludando.
Anna Comet, bajando a La Tour Photo credit: Albert Jorquera

Anna Comet, bajando a La Tour Photo credit: Albert Jorquera

Mira Rai, bajando muy fresca Photo credit: Albert Jorquera

Mira Rai, bajando muy fresca Photo credit: Albert Jorquera

Pero Anna Comet peleó hasta que en el kilómetro 70 Mira Rai le dio caza en Montenvers. La corredora del Dynafit no pudo seguir el ritmo de la nepalí, que voló hacia la meta de Chamonix, pero aseguró una segunda posición que, combinada con el segundo lugar de Transvulcania, la dejan segunda en la general de las World Series.
Anna Comet, cansada pero contenta Photo credit: Albert Jorquera

Anna Comet, cansada pero contenta Photo credit: Albert Jorquera

En la categoría masculina la carrera fue rara y con muchas alternativas en la cabeza. Franco Colle, Andy Symonds, Alex Nichols y Mickael Passeron, al que penalizaron con una parada de 30 minutos por no llevar el material obligatorio, se alternaron en una carrera que arrancó a un ritmo bajo.
Franco Colle pasó líder por la presa de Emosson Photo credit: Albert Jorquera

Franco Colle pasó líder por la presa de Emosson Photo credit: Albert Jorquera

Colle pasó líder por Emosson, en el kilómetro 38, seguido de Nichols, Passeron, Symonds y Manuel Merillas, que llegó quinto. La mala noticia es que Pablo Villa, que estaba corriendo a buen ritmo entre los 10 primeros, sufría problemas en el diafragma y de cansancio y se retiraba junto a su compañero del equipo Salomon Yan Longfei, con dolores en el tobillo.
Manuel Merillas, pasando quinto por Emosson Photo credit: Albert Jorquera

Manuel Merillas, pasando quinto por Emosson Photo credit: Albert Jorquera

Nichols ya se situó primero en La Tour (km. 54), aunque la nota divertida fue encontrarnos ahí con Emelie Forsberg y Kilian Jornet haciendo fotos y animando a los sorprendidos corredores. Por detrás, Colle y Symonds andaban juntos y Merillas también se retiraría con problemas físicos. Destacar también a Seb Chaigneau, que volvía a competir tras una larga lesión y que, pese a verlo sufrir en mucho momentos, anduvo en el top-10 y aguantó hasta el final pese a descolgarse.
Un fotógrafo... sorprendente Photo credit: Greg Vollet

Un fotógrafo… sorprendente Photo credit: Greg Vollet

Finalmente, no hubo más cambios y Alex Nichols fue el ganador en Chamonix con un tiempo de 10h31′, sucediendo a Luis Alberto Hernando, seguido del italiano Franco Colle y del escocés Andy Symonds, que entraron en meta separados por pocos minutos.
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Alex Nichols, vencedor de la ultra de la Marathon du Mont Blanc Photo credit: Albert Jorquera

Podio español femenino en el Kilómetro Vertical
Por la tarde tuvo lugar el Kilómetro Vertical con una enorme afluencia de público y con la presencia de algunos de los mejores especialistas del mundo, entre ellos Kilian Jornet. En la categoría femenina el dominio estatal fue absoluto, ya que el triunfo se lo llevó la joven y prometedora Paula Cabrerizo, Laura Orgué fue segunda y Maite Maiora, tercera. La vencedora invirtió 41’11» para completar el exigente recorrido y demostró su excelente estado de forma tras proclamarse campeona de España de la especialidad y ser segunda en Zegama. Orgué, vigente campeona del mundo, fue segunda pese a bajar un minuto su marca del año anterior (41’29») en un día en el que «no me tiraban las piernas» y Maite Maiora cerró el podio con 43’30».
Laura Orgué, en pleno esfuerzo en el KV Photo credit: Albert Jorquera

Laura Orgué, en pleno esfuerzo en el KV Photo credit: Albert Jorquera

En categoría masculina Kilian Jornet, que el día antes había estado 24 horas seguidas corriendo para preparar la Hardrock, se lo tomó como un entreno más y llegó arriba sonriendo y saludando. Pese a ello, acabó en séptimo lugar de la general con 36’06» y vio como el ganador, François Gonon, batía su récord con un tiempo de 34’07».
Kilian Jornet, sonriendo y saludando, acabó séptimo Photo credit: Albert Jorquera

Kilian Jornet, sonriendo y saludando, acabó séptimo Photo credit: Albert Jorquera

 

Material: Las 5 elecciones seguras para correr una ultra

A todos nos ha pasado. En el camino de ir pillando experiencia y adquiriendo material para afrontar nuestras ultratrails o carreras largas de montaña hemos cometido errores y comprado algunas cosas que luego hemos acabado reemplazando por otras más caras y mejores, haciendo un doble gasto. El tema del material para el trailrunning es muy personal y depende de decenas de factores, como nuestro peso y nivel, objetivos, tipo de carrera, horas que pasaremos en ella… Está claro también que es un tema económico y que equiparse desde cero puede ser costosísimo, pero la experiencia me ha enseñado y tengo muy claro que en el material técnico no se puede ahorrar dinero. Y menos cuando a veces va a ser lo único que tengamos ante el mal tiempo, de noche y a 3.000 metros de altura, o teniendo en cuenta que es material que a lo mejor debemos llevar a rastras durante más de 30 horas.

Con este artículo no pretendo sentar cátedra ni decir ‘esto es lo que hay que llevar sí o sí’. Siempre hay alternativas más baratas y que a lo mejor se ajustan más a otro tipo de corredor, pero sí que me ha parecido interesante señalar los cinco elementos a mi entender imprescindibles para una ultra. Los que, de haberlo sabido, me habría comprado desde el principio y me habrían ahorrado diversos gastos intermedios.

Reloj/GPS

Suunto Ambit 2 (precio 549 euros, versión Sapphire)

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Hasta hace poco he sido de Garmin. Empecé con un Garmin Forerunner 310 cuando hacía asfalto y, pese al aspecto tosco y el color naranja, estaba muy satisfecho con su rendimiento. Buena batería, pocos fallos, sencillo e intuitivo… Con el tiempo fui saltando a las ultras y, como tenía la mente puesta en el Ultratrail del Mont Blanc, buscaba un reloj con mucha batería y fiable con el tema de altitudes. Cuando lanzaron el Garmin Fenix no me lo pensé. Me encantaba su diseño y las especificaciones y lo compré el primer día que salió al mercado. Igual ese fue el error, porque al principio me dio muchos problemas, que con las actualizaciones se fueron solucionando, pero nunca he acabado de sentirme cómodo con él. Hace unos meses cambié al Suunto Ambit 2, del que había oído hablar muy bien, y la verdad es que es espectacular: ningún problema o ‘cuelgue’ hasta el momento, pilla los satélites a los pocos segundos de conectarlo, muy rápido en la actualización del track, con lo cual se hace muy fácil e intuitivo seguirlo, facilísimo de configurar… Si a todo esto se le suma una batería de 16 horas (que puede llegar a ser de 50 si reducimos la frecuencia de las actualizaciones), el Movescount y todo lo demás tenemos la apuesta segura en cuanto a relojes GPS para hacer ultras.

Mochila de hidratación

Salomon Advanced Skin S-Lab Hydro (precio 136 euros en Wiggle, versión 5 litros)

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Hay pocas cosas en las que tenga tan pocas dudas como lo que concierne a la mejor mochila de hidratación para ultras. Cuenta la leyenda que el modelo S-Lab nace directamente de las recomendaciones de Kilian Jornet, que empezó a cortar y pegar en una mochila tradicional hasta adaptar una especie de chaleco con todo lo necesario para superar una carrera larga. Aún recuerdo mi primera ultra. La hice con una mochila más bien de excursionismo que tras 18 horas me dejó tremendas rozaduras e incluso un morado a causa del rebote continuado en los riñones. Al día siguiente (bueno, a los dos, porque el día siguiente no me podía ni mover) fui a la tienda y me compré mi primera S-Lab que ya tenía mirada de hace tiempo. No me había atrevido hasta el momento por el precio, pero durante la carrera hubiera pagado lo que fuera por tenerla. Desde entonces, he tenido tres modelos y cada uno es más evolucionado y mejor diseñado. Su punto fuerte, sin lugar a dudas, es su forma y ajuste, en forma de chaleco, que deja los riñones libres y evita rebotes dolorosos. Al principio yo iba con botellas de plástico delante, pero esto también acaba siendo molesto y ha sido resuelto con los soft flasks actuales, donde se puede llevar hasta un litro (además de la camel back). Equipada con todo lo necesario para una ultra (silbato, manta térmica, todo tipo de bosillos…) y con un peso de apenas 720 gramos me parece la apuesta más segura para uno de los elementos más importantes que puedes llevar en una carrera. Para más información, hice un análisis detallado del modelo de 12 litros de la Advanced Skin S-Lab Hydro aquí.

Bastones

Black Diamond Ultra Distance (precio 129 euros en Vertic Outdoor)

Captura de pantalla 2014-02-10 a les 17.07.49Los bastones son aquella típica cosa que empiezas a mirar, ves unos de 130 euros y piensas ‘yo no me gasto eso ni loco’. Pues bien, ya hace un tiempo que tengo unos Black Diamond Ultra y no los cambiaría por nada del mundo. En mi primera ultra realmente larga, el Mític de Andorra, llevaba unos telescópicos normales que costaban de plegar, eran muy pesados y acabaron rompiéndose, aunque por suerte fue en la recta final, a unos 5 kilómetros de la meta. Los bastones no me parece un elemento tan imprescindible para una ultra como lo puede ser la mochila. Yo, en la mayoría de carreras más bien cortas (70-80 km.) no suelo llevarlos porque prefiero correrlas, pero pueden ser un factor imprescindible en carreras muy largas en las que acabarás agotado y andando bastante parte del recorrido final. También son imprscindibles en carreras muy ‘alpinas’ con fuertes subidas o bajadas complicadas. En este sentido, los Black Diamond son espectaculares: ligerísimos, transportables en la mochila cómodamente y facilísimos de plegar y desplegar incluso corriendo. Además, pese a lo que puede parecer, son tremendamente sólidos y difícilmente rompibles si no es que les caemos encima de mala manera. En mi caso el gran test lo pasaron en el Ultratrail del Mont Blanc, donde jugaron un papel clave a partir del kilómetro 120, cuando ya iba muy dolorido de los pies y necesitaba un buen apoyo para evitar caídas en las bajadas. Hay cuatro tallas de van de 10 centímetros en 10 (desde los 100 a los 130) y su peso es de apenas 280 gramos. Sé que hay muchos bastones y que estos son caros, pero son los mejores que he visto con diferencia.

Frontal

Petzl Nao (precio 116,15 euros en Trekkinn)

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La elección de un frontal es una de las que más quebraderos de cabeza puede traer. En mi caso, también aquí pequé de no querer ir a la gama más alta y pasé por las intermedias siendo un verdadero desastre: mi anterior frontal iluminaba muy poco, el ajuste era incómodo, se movía la luz, se te acababan las pilas cuando menos lo esperanas… Al final acabé yendo a parar al Petzl Nao y es una de las mejores inversiones que he hecho en mi vida. Se trata de un frontal con un flujo luminoso de 7 a 355 lúmenes y un alcance que va desde los 9 a los 108 metros. Al contrario que muchos de su especie, cumple con lo que promete y la sensación de iluminación a máxima potencia es alucinante, dando una visión muy global y nítida y evitando el tan molesto ‘efecto tubo o redonda’ que producen algunas de estas linternas. La característica que lo hace único es el reactive lightning, un sensor situado en la redonda superior del frontal que hace que la luz cambie de intensidad en función de si hay luz o no, o si enfocamos cerca o lejos. Eso, que es de una gran utilidad, es a su vez uno de sus puntos débiles cuando se dan circunstancias como niebla o el vaho que produce a veces la calor corporal, ya que vuelve un poco loco al sensor. De todas maneras, es muy fácil cambiar del modo reactivo al fijo y solucionar esta incidencia. El otro punto un tanto débil es la batería, que puede durar entre 3,5 a tope y 8 horas en modo normal, pero de nuevo los señores de Petzl tienen soluciones para todo. Y es que podemos instalar en nuestro ordenador un programa que nos permita configurar los distintos perfiles de uso del frontal y alargar así la duración de la batería (bajando eso sí, su potencia de iluminación). Por último, el frontal permite intercambiar rápidamente las baterías cuando se acaban (para el UTMB yo usé tres, dos de las cuales me prestaron mis amigos) e incluso se le puede poner pilas (eso no lo he probado, la verdad). Si a todo esto le añadimos que, pese a lo que pueda parecer, su sistema de cintas es realmente cómodo y no se mueve ni un ápice, tenemos el frontal definitivo, tanto para entrenos como para ultras.

Camiseta térmica

Lurbel Alaska (precio 39,80 en Triavip)

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Quizás el elemento más sorprendente e inesperado de esta lista. En el mercado hay decenas de camisetas térmicas con unas características muy diferentes: más gruesas, más livianas, con cuello alto, con más peso, para frío extremo, para temperaturas un poco bajas… Va bien disponer de varios modelos y tenerlos como comodín según las circunstancias y el clima que nos podamos encontrar. Yo, por ejemplo, tengo una Under Armour muy muy gruesa y pesada con cuello alto, ideal para días con frío extremo, una Salomon Exo Motion que es cara, pero es comodísima, y una Craft que me regalaron. A a veces lo que hago es salir con una en una carrera o llevarla en la mochila y dejar otra más potente a mitad de camino por si las moscas. Ahora bien, la mejor de largo que he probado en relación calidad-precio es la Lurbel Alaska. Se trata de una camiseta que no llega a los 40 euros y que pesa apenas 108 gramos, ideal para tenerla por si acaso aunque en una ultra no se prevea mucho frío. Con todo, no es una camiseta térmica que proteja poco ya que, por ejemplo, es la que usé de noche en el Ultratrail del Mont Blanc y me fue de coña. Fabricada con la tecnología Dryarn, seca realmente rápido y evita el frío por cambio de temperatura cuando estamos mojados. Además, su nivel de protección es bastante alto (cumple con las exigencias térmicas del feel thermo plus) y es ideal como primera capa ligera y de garantías. Además, una vez puesta resulta comodísima, casi como si no la llevaras, aunque mi único ‘pero’ es que el cuello es demasiado abierto y lo deja muy expuesto. Nada que no se puede solucionar con un buff.

  

Final de temporada: experiencias y amigos que me acompañarán toda la vida

Ya está, se acabó. Mi temporada 2013 de ultras ha llegado a su fin. Después de un primer año un tanto experimental, ésta era la primera en la que me dedicaba en serio a este deporte y afrontaba algunas de las mejores carreras del panorama internacional que no había hecho nunca. El objetivo era acabarlas con un tiempo y posiciones dignas y creo que en todas lo he conseguido. No me siento nada del otro mundo, hay mucha gente amateur como yo que es mucho mejor, pero personalmente sí que he cumplido algunos sueños, como acabar el Ultratrail del Mont Blanc. Además, he vivido sensaciones y momentos (buenos, increíbles y también malos) que sé que me acompañarán toda mi vida. Por otro lado, gracias a las redes sociales y a este blog he podido conocer a mucha gente apasionada por este deporte, algunos de los cuales con los que incluso he hecho amistad. Y eso, creo, es lo más importante. Junto a las experiencias, es lo que me va a quedar, más allá de marcas, posiciones o camisetas de finisher.

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La temporada arrancó en marzo con varias carreras de 50, como la Marxa dels Castells, muy popular, y la Half Trail Muntanyes Costa Daurada. Allí tuve una buena posición (9º) y un buen tiempo (6h20′ para 46 km y 2.850 de desnivel positivo). Una semana después de hacer la Marxa dels Castells (55 km.) corrí la Maratón de Barcelona en la que iba a salir tranquilo, me acabé animando y sufrí como un animal para bajar mi marca en un espectacular… minuto! Jajaja (de 3h11′ a 3h10′). Hablando en serio, he decidido que, por lo menos de momento, no voy a volver a hacer maratones de asfalto (llevo tres), porque no me motivan. No digo que no sean duras y que no puedan ser ilusionantes para otras personas, pero a mi no me dicen nada. Al final se trata de correr como un loco para bajar 3-4 minutos y tampoco entreno bien para eso.

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A finales de abril empezaba la chicha: la Ultratrail Barcelona de 114 km. Ya la había hecho un año y esta vez la iba a correr con Jesús, con quien entreno. El objetivo era acabar ambos y bajar un poco mi tiempo del año pasado (casi 14 horas). La carrera fue infernal por algunos problemas de organización, los tapones al principio, la lluvia y el frío inesperados en esas fechas en el Garraf, pero al final nos salió muy bien: misma posición que el año pasado (14), media hora menos, Jesús acabó conmigo y encima fue segundo veterano de Catalunya (yo octavo de la absoluta). Lo mejor fueron las sensaciones, el acabar más de 100 kilómetros corriendo fuerte y bien de piernas. Eso me animó a ir a la Transvulcania.

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Llevaba un año apuntado a la carrera de la Isla de La Palma. Había visto paisajes y vídeos y me parecía espectacular. No tenía muy claro si estaría recuperado tras la UTBCN y me tocaba ir solo, pero al final me lié la manta a la cabeza y creo que ha sido la mejor carrera de mi vida. Allí conocí a Kilian Jornet y Núria Picas y les propuse hacer la entrevista que más tarde acabaría publicando en Mundo Deportivo y GQ Italia. También conocí a Anthon Krupicka o Timothy Allen Olson y la carrera me fue genial: me había planteado hacer unas 12 horas y llegué en 10h17′ y entre los 100 primeros, en una carrera con 50 profesionales! En la meta casi no me lo creía. Además, la gente de la isla y la Transvulcania son espectaculares,  una prueba que creo que hay que hacer por lo menos una vez en la vida.

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La primera parte de la temporada se cerraba con la Volta a la Cerdanya. La carrera me apetecía porque entré en el Projecte Summit de Emma Roca que estudiaba los efectos de los ultratrails en corredores de distinto nivel. Ahí conocí a mucha gente, muy buena, aunque la prueba fue (otra vez) pasada por agua. Cuando acabó de llover la cortaron por el peligro de tormenta y nos quedamos sin subir a La Molina, la parte más interesante a priori del recorrido. Al final fueron 6h31′ para 57 kilómetros y una 19ª posición en la general que no está nada mal, teniendo en cuenta el nivel que había. Pese a que fue un poco engorroso ir directo al hospital sin tiempo de comer, beber, ni ducharme, para hacer las pruebas, la organización y la gente del Summit estuvieron a una grandísima altura.

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La segunda parte de la temporada giraba alrededor de un macizo y de una carrera mítica, pese a que apenas lleva 10 ediciones y las tres últimas habían estado marcadas por el mal tiempo y problemas organizativos:  el Ultratrail del Mont Blanc. De hecho, casi todo lo que he hecho en montaña había estado enfocado de reojo a pillar experiencia para lo que era uno de los grandes retos de mi vida. En su momento hice una crónica muy extensa y sincera de lo que llegué a sufrir, vivir y sentir durante esos 170 kilómetros y más de 33 horas, pero creo que refleja un 10 por 100 de lo que pasó. Solo puedo decir que lo logré, que fui uno de los 1.600 afortunados de los 2.500 que lo intentaron que cruzó esa meta de Chamonix de noche y con una gran sonrisa en los labios.

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El Ultratrail del Mont Blanc me pasó factura. Si bien a nivel muscular no acabé muy roto, el hecho de trabajar también dando clases de spinning en un gimnasio y que el lunes siguiente al domingo de la carrera ya estuviera dale que te pego no ayuda. No es excusa, me encanta mi faena, pero está claro que cuando haces cosas incorrectas y no descansas, lo acabas pagando. Lo peor fueron los pies, que me hicieron sufrir muchísimo durante la carrera y luego se me quedaron inflamados dolorosamente casi una semana. Estuve prácticamente parado porque apenas tres semanas después hacía la Cavalls del Vent. Esa era otra idea que a priori no podía ser buena, pero iba con Sergi y Jesús, con los que entreno siempre, llevaba años intentando apuntarme y me parece un recorrido espectacular. Creo que es una ultra preciosa, que hay que hacer una vez en la vida aunque sea por etapas, ya que su paisaje y variedad son excepcionales. El hecho de ampliarla este año a 100 kilómetros aumentaba su dificultad y personalmente no me fue nada bien. Arrastré dolor de pies desde el kilómetro 25, llegué al 58 muy tocado y, tras rehacerme un poco, el tramo final fue un calvario. Pese a todo, disfruté con una carrera preciosa y bien organizada, que acabé con un tiempo digno de 16h21′ y la posición 119 de más de 1.000. Lo mejor, sin embargo, es que este año me han hecho Salomon Field Tester, una comunidad de blogueros y corredores que prueban material de la que ya era mi marca preferida, y allí en Cavalls pude conocer a gente como Mauri, Eva o Edu. Son jóvenes y espectaculares como personas, apasionados del deporte y del trail, y que trasladan esa ilusión a lo que hacen. Eso y el orgullo de formar parte, aunque sea indirectamente, de Salomon es lo que me llevo de Bagà.

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La última carrera del calendario no la teníamos prevista, pero la vimos, nos cuadraba por fechas y era un escenario en el que nunca hemos corrido. La Ultratrail Collserola celebraba su primera edición, tenía un precio razonable, estaba al lado de casa y Sergi, Jesús y yo decidimos cerrar la temporada ahí. Las sensaciones fueron raras: me fui encontrando bien y mal, alternativamente; me perdí un buen trozo, cosa que no me suele pasar, pasé frío, llegué casi deshidratado a un avituallamiento, salimos un tanto rápidos… pero al final regulé un poco y acabé con buenas sensaciones. El tiempo era más o menos lo que me esperaba, 8h39′, y la posición, la 48, un indicativo que hay que ser humilde, tener claro que hay mucha gente buena y una motivación más para seguir entrenando y mejorar.

La verdad es que miro atrás y me parece increíble lo que he vivido en tan poco tiempo. Lo apasionante que es este deporte, tan aparentemente sencillo y en el que el sufrimiento y la alegría desbordada están separados por una línea muy fina. Un año en el que solo en carreras he hecho 650 kilómetros y unos 34.200 metros de desnivel positivo. No sé qué me deparará el 2014, pero espero que sea por lo menos tan positivo y lleno de experiencias como este 2013.

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La entrevista a Kilian Jornet, al completo

Hoy hace exactamente dos semanas tuve la oportunidad de entrevistar a Kilian Jornet para Mundo Deportivo. Fue en Collserola y en su propia furgoneta, la que usa para viajar, comer e incluso muchas veces, para dormir. Estuvimos hablando durante casi una hora y el resultado fue esta entrevista, que se publicó el día 13 de noviembre, pero que tuvimos que cortar un poco por motivos de espacio y diseño. Ahora he pensado que estaría bien publicar la transcripción literal de la conversación y, de paso, saber vuestra opinión, si hubiérais preguntado alguna otra cosa más o diferente, si tenéis alguna curiosidad…

Foto: Manel Montilla / MD

Foto: Manel Montilla / MD

Hay deportistas buenos, excelentes y fueras de serie. Pero hay pocos que marquen un antes y un después en un deporte. A sus 26 años, Kilian Jornet ya lo ha hecho en el mundo de los ultratrails, en el que ha ganado la mayoría de las grandes carreras del planeta y este año ha revalidado sus títulos de campeón mundial de Skyrunning y de la Copa del Mundo de ultradistancia. Además de participar en 13 pruebas a lo largo del 2013 y de combinarlo con otras victorias durante la temporada de esquí, el corredor del Salomon Santiveri Outdoor Team ha tenido tiempo de continuar con su proyecto Summits of my life y batir los récords de ascenso y descenso al Mont Blanc y al Cervino. Por delante le quedan el Elbrús, que no pudo intentar por el mal tiempo, el Aconcagua, el McKinley y el Everest, la cima del mundo. Un reto impensable para la mayoría de mortales, pero que si alguien puede superar, es él. El pequeño que quería ser un contador de lagos ha crecido. Sigue siendo tímido e introvertido, pero con el paso del tiempo se ha convertido en un deportista de fama mundial. Un auténtico contador de récords.

– ¿Qué clase de chico sueña con 15 años en batir el récord del Cervino?

– Todo el mundo que hace deporte cuando es adolescente sueña con batir récords o ganar cosas. Si tus padres viven en un entorno de montaña y te enseñan estos libros, al final era lógico que mis motivaciones estuvieran por ahí.

– Después de batirlo declaró que era uno de los días más felices de su vida. ¿Qué lo hizo tan especial?

– Era una cosa que llevaba mucho tiempo preparando y que veía difícil. No era inesperada, porque me lo estaba preparando mucho, pero no lo veía fácil. Eso es lo que hizo que fuera tan especial. Si me dedico a las carreras de montaña es en parte por Bruno Brunod. Lo que él hacía me motivaba mucho y él es el Cervino. El camino que me había llevado a hacer todo lo que me gusta pasaba por ahí. El reto ha centrado la temporada, pero con lo que me quedo no es el récord, sino con toda la preparación que ha habido. Subí 10 veces la cima con gente diferente, les enseñé cómo era… Me quedo con la relación con estas personas y con la montaña.

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Usted siempre ha mostrado y defendido un gran respeto por la montaña, pero su Summits of my life ¿no es una manera de desafiarlas… y derrotarlas?

– No, al contrario. A la montaña no la derrotarás. Yo dentro de 50 o 70 años estaré muerto y ella seguirá allí. Al final lo que podemos hacer es jugar con el medio y divertirnos. El Summits es un juego que quiere dar a conocer la montaña y una manera de ir muy ligero.

– Algunas de las imágenes que hemos visto le muestran pasando corriendo por lugares casi imposibles, en los que un mal paso puede ser fatal. Sinceramente, ¿no siente miedo en algún momento?

– Sí, y es importante tener miedo. Porque el miedo es lo que nos hace dar media vuelta. A veces salgo a entrenar y digo, ‘esto no va bien’ y doy media vuelta. Y es importante darla. El miedo nos protege y sin miedo estaríamos muertos hace tiempo. Otra cosa es que este miedo lo tengas una vez, dos y luego crezcas técnicamente y la siguiente vez puedas pasar por ese sitio sin miedo. Aunque siempre puede pasar cualquier cosa y a veces la gente se mata por algo que parece una tontería.

– ¿Vale la pena asumir el riesgo?

– La vida está ligada a la muerte y la muerte es parte de la vida. No hay que buscarla, no hacemos deporte para buscar eso, pero yo la vida no la entiendo como algo que debes proteger. Si el objetivo es ser inmortales, no lo vamos a conseguir. Si tienes que pasarte 95 años en un sofá, envuelto en algodón, la vida no la vives. Prefiero salir ahí fuera y encontrarme riesgos que intento superar, que hay que asumir y luchar. Para mi tiene sentido, para otra persona quizás no, pero para mi la vida es eso.

– Los dos primeros capítulos de su nuevo libro, La frontera invisible (Ara Llibres) tratan sobre la muerte de su amigo Stéphane en el Mont Blanc. ¿Cómo le ha cambiado o marcado este suceso?

– En la montaña, por desgracia, la muerte es muy común. Aunque la asumamos, sepamos que puede llegar y forme parte del juego, siempre te marca el hecho de perder a compañeros. Evidentemente fue un golpe duro. Te replanteas lo que estás haciendo y porqué. Al final te das cuenta que nuestra vida es eso.

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– ¿Menos material, menos parafernalia y menos ayuda igual a alpinismo más puro?

– Yo no soy alpinista, soy una persona a la que le gusta la montaña y va como puede. Hay un alpinismo pesado y uno ligero. Si alguien sube con oxígeno, si un ciclista se dopa, si un político roba… al final es dar un mal ejemplo a la sociedad, de que lo que importa es el objetivo, no cómo se hace. Si lo que buscas es conseguir una cima porque lo vales y te lo has currado, vas a ir con lo mínimo posible. Para mi no es alpinismo lo que hago, sino aprovechar el medio con lo que hay. Si hay nieve, ve con esquís, que vas a ir mejor y vas a disfrutar más. Si no, pues ve corriendo, al final es más rápido. Es un poco volver a disfrutar del movimiento, del segundo, más que de la expedición o del objetivo en si.

– ¿Qué le parece el rumbo que está tomando este deporte, con casos como las expediciones comerciales al Everest?

– Es el reflejo de esta sociedad, del capitalismo. El objetivo es más importante que trabajar durante una vida para tener unos valores o entrenar para subir esta montaña. No podemos pedir a un alpinista que vaya con lo mínimo cuando hay tanta especulación inmobiliaria o se materializa tanto el dinero. Al final son valores.

– El Summits, sumado a sus continuas victorias, han aumentado su dimensión pública y su exposición mediática. ¿Cómo lo lleva?

– Tengo la suerte de vivir a un sitio bastante aislado (ríe). Bajo muy poco a la ciudad. Hay una parte muy buena, que el deporte se está conociendo y hay gente que viene detrás, está apretando fuerte y espero que también tengan toda esta repercusión y se les pueda ayudar. Quizás hay una democratización de la montaña, que tiene un parte mala que puede ser que gente con menos experiencia vaya y haya accidentes o pasen cosas. Pero tiene otra parte buena, que todos los valores que aporta la montaña se están conociendo.

– ¿Cuál es el sitio más raro en el que ha tenido que firmar un autógrafo?

– Durante la carrera, en la Diagonale de Fous, me han parado incluso a firmar libros. ¡Allí (en la isla de Reunión) es una locura!

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– Algunos medios y columnistas han creado la expresión ‘efecto Kilian’, para referirse a gente con poca experiencia o que va mal equipada a la montaña. ¿Le molesta?

– No, porque sí que hay gente poco equipada en la montaña, pero también la había en la generación de mi padre. El problema es que ahora, con las redes sociales, todo se sabe. No estamos hablando de niños de cinco años, sino de personas adultas que tienen la capacidad de saber lo que pueden hacer y lo que no. Y si no lo saben, hay un problema.

– ¿Y no tiene la sensación que igual que mucha gente le admira, hay gente que está esperando que falle o le pase algo para saltarle encima, como pasó este verano cuando le rescataron en el Mont Blanc?

– Sí, pero al final es lógico. Cuanta más gente te quiere por una parte, más gente te odia por otra. Pero hay que ser muy objetivo con eso. Igual que no hay que escuchar a la gente que te adula, porque no hay ninguna objetividad detrás, tampoco debes hacerlo con los que te buscan por esta parte. Hay que escuchar a la gente que conoces y quieres, y ya está.

– Hablando de gente que le quiere, su madre dijo en el programa El Convidat de TV3 que usted no es «un buen ejemplo para la gente» en el sentido que lo que hace es muy difícil y no debería imitarse a la ligera…

– Nadie es ejemplo de nadie. Tener mitos, ser fan, no es algo positivo. Debemos aprender de cualquier persona, pero no hay que seguir a nadie al 100 por 100. Cada uno tenemos una personalidad, unas características y un camino distinto. Y seguir a otro es perder el nuestro.

– Usted publicó al final de temporada que había entrenado unas 1160 horas. ¿Eso cuántas horas son al día? ¿Cuándo descansa?

– Hago seis meses de esquí de montaña y seis de carreras, pero más o menos es el mismo entreno. Por la mañana salimos 3-4 horas, subir y bajar montañas, y por la tarde una hora y media o así. Y en verano lo mismo, pero corriendo. Luego hay viajes y semanas en las que estás aquí, en Barcelona, pero intentas sacar tiempo de donde sea. Descanso? (rie) Yo tengo la teoría que si el día tiene 24 horas y entrenas como muchísimo ocho, te quedan muchas para descansar. Normalmente, paro una semana al año.

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– ¿Qué parte de genético y qué parte de entreno duro y sacrificado hay en lo que usted hace?

– Hay una parte genética, que es la morfología. Un tío de dos metros y 100 quilos de peso, estará más adaptado al básquet. Luego, a partir de eso, hay que trabajar. Y eso empieza desde pequeño. Si desde niño empiezas a moverte por el monte, cognitivamente estarás más adaptado al medio que si lo haces desde los 20. Al final son las dos. Una persona con buena genética pero sin entreno no va a ser nada, mientras que una persona con muy buen entreno sin genética, va a ser bueno, pero no va a conseguir lo mismo.

– ¿Y la mente? ¿Cómo es de importante en una ultra? ¿Cómo la entrena?

– Tiene muchísima importancia, por todo. En carrera para saber jugar la estrategia, escoger la táctica, saber eliminar el dolor… pero también en el entreno, en estar motivado para salir a entrenar, soportar la presión, saber organizar una vida deportiva… Es básico, sin esto el físico no sirve para nada. Me gusta mucho la psicología, cuando hice la carrera es lo que más me interesaba. La semana pasada estuve hablando con un chico que hacía hipnotismo para deportistas y siempre sacas cosas o ideas. Lo importante es entenderte a ti mismo.

– ¿De dónde saca la motivación para seguir compitiendo a este nivel?

– De disfrutar. Antes tenía la motivación de ganar carreras y ahora quizás no la tenga, pero al final si compito es porque me gusta, hay un buen ambiente, tengo amigos, hay carreras que son guapas y te lo pasas bien. Bueno y porque tenemos un punto masoquista que nos gusta hacernos daño y ponernos allí a darlo todo (rie).

– Este año ha ganado prácticamente todo lo que ha corrido. ¿Le queda alguna carrera que le haga ilusión ganar?

– Tengo ganas de hacer la Hardrock, en Estados Unidos. Tiene buena pinta, pero no he podido inscribirme nunca. Pero voy un poco día a día.

– En el 2011, tras retirarse de la Cavalls del Vent, dijo «sentirse en el lugar equivocado, en el momento equivocado» y que no tenía «ganas de estar en la montaña y eso me hizo llorar». ¿Ha vuelto a sentirse así?

– La vida es una báscula en la que hay que encontrar un equilibrio. Y creo que este año lo he conseguido. Ahora he estado 15 días en la montaña haciendo 4.000 metros de desnivel al día y está de puta madre, y ahora estaré una semana en Barcelona y Madrid. Vale, voy a estar una semana y está bien, pero si estuviera tres semanas, querría matar a alguien. Mira, este año queríamos ir de vacaciones y dijimos ‘vamos a estar dos semanas sin entrenar sin hacer nada y en la playa’, en la Isla de Reunión. A los dos días dije ‘vamos a cambiar el billete, porque esto no lo soporto’.

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– ¿En la UROC tampoco se sintió así?

– Bueno allí me sentí más que nada estafado. Tú vas a hacer una carrera que es de montaña y en 100 kilómetros te encuentras que tienes más de 50 con asfalto. Es como si vas a hacer una carrera de natación y te encuentras que de 10 kilómetros, tienes cinco de correr. Y dices, ¡’ostia, no es mi deporte!’

– Ahora ya no puede decir que nunca ha hecho una maratón de asfalto…

– (rie). Allí la hice, ¡vaya si la hice!

– La prueba norteamericana le dejó algo lesionado de cara al final de la temporada. ¿Demasiada carga o mala suerte?

– Fue un poco de todo. Este año he hecho cero de asfalto. Antes quizás para ir a un sitio hacía 3-4 kilómetros de carretera para subir. Este año nada. Lo máximo que he hecho era cruzar una carretera. En la UROC supongo que la repetición del movimiento me hizo lesionar y si hubiera sido a principio de temporada, que estás más fresco, hubiera sido menos grave que al final. – ¿Hasta qué punto, con todo lo que le rodea, puede seguir haciendo lo que usted quiere o le llena? – Tengo la suerte de poder escoger las cosas que quiero hacer y tener esa libertad. Es lo que te decía antes, mi día a día está muy alejado de lo que me sigue. Salgo de casa a entrenar y soy la misma persona, la montaña o el alud no te va a dejar de pillar porque seas más o menos famoso.

– ¿Qué pasará si llega a tachar de su lista del Summits el Everest? ¿Qué le quedará por conquistar?

– Muchas cosas. No sé quien decía que cuando llegas a la cima sigues escalando, porque ves otra cima detrás y es eso lo que te motiva. Ahora no lo puedo decir. La montaña está delante y cuando llegue allí veré las que hay detrás.

– Hablando de conquistar, sir Edmund Hillary dijo que «conquistar una cima era conquistarse a uno mismo». ¿Su mayor rival es usted mismo?

– Sí, porque al final si lo que buscas es la montaña de una forma muy ligera, el límite y el que toma la decisión de si te das la vuelta o sigues eres tú. En ese sentido te conquistas a ti mismo, porque al final todos tenemos unos miedos y en la montaña los puedes exteriorizar y superar.

– ¿Cómo se imagina dentro de 10 años?

– Pues me imagino en la montaña igualmente, porque es mi vida y es así como me siento bien. Seguramente alejado de la competición. Soy introvertido y no diría que asocial, pero sí que me gusta estar un poco alejado de la sociedad. Siempre he vivido así. Ahora vivo en Chamonix, que es la ciudad más grande en la que he vivido con 2.000 habitantes y ya me siento un poco agobiado (rie). Dentro de unos años me imagino en un sitio más pequeño y haciendo cosas relacionadas con el deporte, pero desde atrás. No me veo compitiendo a nivel profesional, pero sí en carreras porque me gustan o porque corren amigos. También me imagino saliendo a entrenar, haciendo cosas por este deporte, desde entrenamiento a organizaciones de carreras.

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– ¿También se ve sentado en una cabaña y rodeado de hijos?

– Sí. A ver, la de la familia es una montaña muy difícil, porque hay que hacerlo bien. No lo sé, el futuro lo dirá.

– ¿Le gustaría que sus hijos corrieran por la montaña o hicieran escalada?

– Me da igual que hagan montaña o carreras, pero si me gustaría que entendieran la naturaleza y la montaña como me la enseñaron mis padres, sabiendo que formamos parte de ella. Hicieran lo que hicieran me gustaría que lo hicieran por pasión.

– ¿Qué le sentaría peor, que le dijeran que quieren correr maratones de asfalto o ser futbolistas?

– A mi el atletismo me encanta, eh? Ver vídeos de finales olímpicas es supermotivante, pero no es para mi. Mi hijo, ¿que fuera constructor o panadero? Es bonito si hacen lo que realmente les gusta, pero que sean consecuentes con sus valores. El fútbol me gusta como deporte, ver a un equipo jugar bien es precioso, pero el show que hay montado detrás no. Los precios desorbitados, la especulación, el fanatismo… todo lo que rodea al fútbol me sobra. El deporte sacado del deporte, del juego, ya no me interesa. Sea esquí o fútbol.

– Ya sé que no es usted muy futbolero, pero tiene un amigo que sí que lo es. ¿Ha hablado con Carles Puyol durante estos meses que ha estado lesionado?

– Poco, algunos mensajes. Yo creo que Carles ha hecho una carrera impresionante y aún está para jugar y dar mucha guerra. Pero en los momentos de lesión es difícil. Supongo que ve que hay jóvenes que aprietan fuerte y piensa si vale la pena machacarse más o no, pero al final es un enamorado del deporte. No lo hace porque valga la pena seguir jugando unos años más, es porque le apasiona el fútbol y lo necesita.

– ¿No se lo imagina dentro de 10 años cuando se retire corriendo por La Pobla y haciendo ultras con Eugeni Roselló? Porque yo sí…

– Sí, sí. Tiene físico y en La Pobla tiene sitio para entrenar. Evidentemente cuando son profesionales no lo pueden hacer por las lesiones, pero estaría bien verlo (rie). Mira a Luis Enrique. –

– En la portada de su nuevo libro hay la frase «Si no soñamos, estamos muertos». ¿Con qué sueña ahora mismo Kilian Jornet?

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– Sueño muy en el día a día. Mira, ayer (por domingo) estaba en Tignes y soñaba con petar unas palas de nieve polvo. Hoy seguramente tengo un momento libre este mediodía y sueño con escaparme a Montserrat a escalar un poco. Y luego proyectos más grandes para este año, como el McKinley, algunas bajadas de esquí… Lo importante es seguir soñando. Eso quiere decir que el niño que llevamos dentro, que es el que nos lleva a hacer cosas y a seguir nuestras pasiones, está vivo.

Prèvia Cavalls del Vent 2013

Apenas tres semanas después de acabar el Ultratrail del Mont Blanc el sábado afrontaré el último gran reto de la temporada: la Ultra Cavalls del Vent. Es una carrera que nunca he hecho y que me hace especial ilusión, pero que encaro con ciertas reticencias. De hecho, a principios de año no tenía pensado hacerla por estar demasiado cerca de la prueba francesa, pero mi amigo Sergi nos convenció a mi y a Jesús de hacer la preinscripción argumentando que no nos iba a tocar y así tendríamos puntos para el año que viene. ¿Qué pasó? Pues que tras dos años intentándolo y quedándome fuera de la carrera, este año sí que nos tocó. Ley de Murphy. Soy consciente que afrontar 100 kilómetros apenas tres semanas después del Mont Blanc no es nada recomendable y de hecho aún no me noto ni mucho menos al 100 por 100. Muscularmente me he recuperado bien, pero sigo teniendo dolores en la planta de los pies y eso me preocupa. Ahora bien, tengo muchas ganas de hacer la carrera por ambiente, por el sitio, por el recorrido y por ir con ellos dos. Espero poder seguirlos, pero si no me lo tomaré con calma y trataré de disfrutar de la prueba e ir a mi ritmo.

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La Ultra Cavalls del Vent-Salomon Nature Trails afronta este sábado una de sus ediciones más especiales. Tras lo vivido en 2012, cuando centenares de participantes tuvieron que ser evacuados por el mal tiempo e incluso uno llegó a fallecer, la prueba afrontará una pequeña reválida, pero nadie duda que seguirá estando entre las más emblemáticas de Catalunya. Un recorrido variado por el precioso Parc Natural del Cadí-Moixeró y la presencia de algunos de los mejores corredores de ultras del Estado son activos más que suficientes para atraer a 1.050 participantes, que desde las 7 de la mañana buscarán completar un círculo de 100 quilómetros con inicio y final en Bagà y 6.600 metros de desnivel positivo.

Y es que la Ultra Cavalls del Vent vivirá en esta edición uno de los cambios más significativos de su historia: el paso de los 85 kilómetros de la travesía original entre refugios a 100, provocados por un ‘escape’ en el primer tercio de la prueba hacia Bellver de Cerdanya. «Queríamos llegar a los 100 kilómetros, era una cifra que nos gustaba mucho y las razones són principalmente deportivas y competitivas», asegura el director de la carrera, David Prieto. Ahora bien, a nadie se le escapa que hay otro motivos para el cambio y Prieto reconoce que «antes, logísticamente, solo teníamos un centro de control y estaba en Bagà, en el Berguedà. Con todo, el año pasado pudimos sacar a 700 de los 1.000 participantes de la carrera, pero la experiencia nos dijo que era más seguro tener otro centro logístico, que estará en Bellver». De esta manera, la organización se asegura un punto de escape, posible evacuación o retirada hacia el kilómetro 40, pero también ha recibido algunas críticas por desvirtuar el espíritu inicial de la carrera. «A los más puristas quizás no les guste», afirma Prieto, «pero prácticamente no vamos a pisar asfalto y poca pista. No entramos bien bien en el pueblo, sinó que nos quedamos en el pabellón y en una distancia de una maratón, donde el que corredor vaya justo puede decidir quedarse».

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Sea como sea, la Cavalls del Vent es una de las carreras importantes del calendario nacional y estatal. Integrada junto a la Transvulcania en el circuito Salomon Nature Trails y con ganadores del renombre de Kilian Jornet, que el año anterior marcó el récord de la prueba, atrae a algunos de los mejores corredores catalanes y españoles del momento. No estará el vigente campeón, inmerso en su particular Summits of my life, pero sí Miguel Heras, segundo en el Ultratrail del Mont Blanc tras superar las lesiones de la primera mitad de año; el gerundense Toti Bes, reciente ganador de la CCC; Tòfol Castanyer o Luis Alberto Hernando, segundo en pruebas como Zegama o Transvulcania tras el mismo Kilian y flamante campeón de España de Carreras de Montaña. De entre estos cuatro nombres debería salir el ganador masculino, sin olvidar a los pocos profesionales extranjeros de renombre, como Terry Conway o Nuno Da Silva.

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En el capítulo femenino, todas las miradas estarán puestas en Núria Picas. La corredora del Buff juega en casa (vive en Berga) y defiende título que ganó el año pasado con la moral alta tras su reciente segundo lugar en el Ultratrail del Mont Blanc. Laia Andreu, Teresa Nimes o la portuguesa Natercia Martins son sus principales oponentes en una carrera que es una gran fiesta deportiva, pero también económica: Pangea Attitude, la empresa organizadora, calcula que el año pasado dejó unos 750.000 euros en el Berguedà y en este 2013, con la ampliación a la Cerdanya, se podría «sobrepasar el millón de euros». Y, como en esta vida no todo es el dinero, la Cavalls del Vent también tendrá espacio para la solidaridad con la edición XS, una carrera benéfica en colaboración con UNICEF destinada a niños de entre los tres y los 20 años que tendrá lugar el sábado en Bagà. Todo preparado, pues, para una edición a la que acompañará la lluna llena y, con toda seguridad, una buena climatología, la obsesión de la mayoría de organizadores y corredores tras el mal trago del 2012.

Ultratrail del Mont Blanc 2013: sueño cumplido en 33h13′

No es la carrera más larga, ni la más dura, pero probablemente la The North Face Ultratrail del Mont Blanc (UTMB) es la prueba de trail running más emblemática del mundo, aquella que casi todo corredor sueña con hacer y acabar por lo menos una vez en la vida. Y es que, para estar en la línea de salida, cada participante debe acreditar como mínimo haber acabado tres carreras de larga distancia el año anterior y, además, ser uno de los 2.469 afortunados de entre los 10.000 solicitantes de media que suele haber anualmente. Una vez aceptado tendrá por delante una exigente vuelta completa al macizo del Mont Blanc, con un total de 170 kilómetros y un desnivel positivo de 10.000 metros pasando por tres países. Eso es, por poner algunos ejemplos cercanos, como completar cuatro maratones de Barcelona seguidas (sin contar el desnivel de subida), subir una altura superior al Everest o bien completar dos vueltas seguidas a la Cavalls del Vent.

Yo llegaba a la prueba preparado, pero muy prudente ante el reto de correr una distancia mucho más larga de lo que había hecho hasta ahora (los 112 kilómetros del Ultra Mític de Andorra el año pasado). Mi único objetivo era acabarla y, si podía ser, no adentrarme mucho en la segunda noche, por lo que debía rondar las 30-35 horas, pero sin que ello pusiera en riesgo el objetivo número uno: ser finisher. Por motivos de faena y familiares no pude viajar a Chamonix hasta el día anterior, aunque por suerte pude hacerlo con mi amigo de la infancia y compañero de entrenos Sergio Montes. El jueves nos levantamos a las 5,30 de la mañana, nos pegamos ocho horas de coche y por la tarde estuvimos andando y asistimos al Café & consejos de Salomon con Miguel Heras, por lo que a las 9 de la noche me metía en la cama completamente muerto.  El viernes, las horas pasan rápidamente hasta las cuatro y media de la tarde, un día y una hora que muchos hemos tenido grabada a fuego en la cabeza durante días e incontables horas de entreno. La clásica fanfarria de Vangelis suena en la plaza de Chamonix, completamente atestada de gente, y la larga serpiente de corredores se pone en marcha en pos de un sueño: los primeros espadas saliendo a toda velocidad y los atletas populares que van por atrás andando casi un kilómetro y empapándose del ambiente y de los ánimos de la gente.

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Los primeros kilómetros de la UTMB son una especie de paseo triunfal por el valle y por diversas localidades como Les Houches, Saint Gervais, Les Contamines o Notre Dame de la Gorge. Con una única subida al Delevret, el paso por los pueblos permite a los corredores disfrutar de los ánimos de miles de personas, sobretodo niños, que te miran con admiración o no paran de gritarte cosas como ‘Bravo’, ‘Allez’, ‘Courage’ o ‘bonne course’. Yo, sin embargo, vivo una de las experiencias más angustiosas de mi vida. Durante todo el día he tenido una sensación rara, como de cansancio y sueño, y cuando salgo, pese a ir a un ritmo cómodo, me voy encontrando mal. Tengo el estómago removido y cada vez me noto menos las piernas. Me digo que es imposible estar tan cansado con solo 10 kilómetros y que debe ser nervioso, pero no logro salir del bucle y empiezo a temer por un fracaso estrepitoso. Pruebo todas las tácticas mentales de las que dispongo, trato de relajarme y de disfrutar del ambiente y en la subida a la estación del Delevret una pequeña y bonita niña francesa pone la mano para que se la choque con una mirada de ilusión. Eso me encanta, así que me acerco y lo hago y al momento me doy cuenta de una cosa: estoy sonriendo por primera vez desde que ha arrancado la carrera (antes sí que me había reído, y mucho con un participante japonés… disfrazado de mono!).

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El cambio es radical. El paso por los otros pueblos me permite seguir chocando las manos con un montón de niños, de sonreír y de agradecer a todos aquellos que me animan. El cuerpo empieza a funcionar con normalidad. Tras 40 kilómetros muy asequibles, sin embargo, se hace de noche y la carrera se revela en toda su crudeza. Se pasa de las multitudes a la soledad absoluta e iniciamos tres largos y duros ascensos hasta el Col du Bonhomme (2.443 metros), el Col de la Seigne (2.516) y l’Aréte Mont Favre (2.435) en una parte que dicen que es de las más bonitas de la carrera. Sin embargo, nosotros, sumidos en una negra y fría noche, apenas vemos más allá del óvalo de luz de nuestros frontales y debemos poner los cinco sentidos en unas subidas exigentes y unas bajadas que pueden convertirse en trampas para articulaciones y tobillos. Ésta es una de mis obsesiones: no hacerme daño en las bajadas y no arriesgar. En la primera bajada, sin embargo, me empiezan a pasar corredores que van muy rápidos y trato de seguirlos un poco. Resultado: una torcedura dolorosa del tobillo derecho y una caída en la que casi parto uno de mis palos. Me cabreo conmigo mismo por no prestar atención a lo planeado anteriormente y aún arriesgo menos en las bajadas, tratando de apretar en las subidas.

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Con el paso de la noche la UTMB entra en Italia buscando el primer gran hito de la carrera: Courmayeur (km 77). Antes, en un avituallamiento me dan una bebida isotónica que parece mucho más densa que las otras, pero no le presto atención. Un rato después empiezo a encontrarme fatal, con una bola en la barriga, justo en el momento en el que toca bajar y puedo correr. El movimiento agrava mi malestar y acabo parando y vomitando a un lado del camino. Perfecto. Nunca me había pasado esto en una carrera y ahora me pasa a más de 90 kilómetros de la meta! Logro hacer los últimos tres de bajada por un camino tortuoso, serpenteante y lleno de polvo, y entro en Courmayeur, un punto en el que pueden venirte a asistir familiares y puedes recoger la bolsa con ropa y comida que has dejado en la salida. Yo, sin embargo, no tengo asistencia, entro y no me dan la bolsa, tengo que volver atrás a buscarla, y debo hacer bastante mala cara, porque una chica catalana que está esperando a su novio que está en la enfermería se ofrece a ayudarme. Se lo agradezco, pero lentamente voy haciendo. Me cambio parte de la ropa mojada, los calcetines y subo al pabellón a comer alguna cosa. El problema es que no me apetece absolutamente nada. Mi plan de avituallamiento, que comprendía hacer una comida fuerte allí, ha saltado por los aires. Perfecto otra vez.

Decido alimentarme con caldo y beber el máximo de agua posible para evitar deshidratarme, pero nada de pasta (energía), sales minerales (para las rampas) o café (para el sueño). Por ahora todo eso es secundario a cambio de recuperar el estómago. Lo apasionante de este tipo de carreras es precisamente esto: saber que te van a pasar todo tipo de cosas imprevistas y que debes ir gestionándolas. En este sentido, el UTMB es una inmensa aventura en le que uno debe ir afrontando los múltiples problemas que se le van a ir apareciendo con la mayor calma y autoconfianza posible.

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Una salida relajada para asentar el estómago por las vacías calles de Courmayeur da paso al inmediato ascenso de 800 metros positivos hacia el refugio Bertone, uno de los más emblemáticos del mundo, junto al Bonatti, bautizado así en honor al mítico escalador y alpinista transalpino. El tramo entre los dos bucólicos refugios de montaña llanea bastante y permite a los corredores disfrutar de una vistas sobrecogedoras y terriblemente bellas de las Grandes Jorasses, los colosos nevados que están al lado del Mont Blanc. En este tramo oigo a un chico catalán de Igualada por detrás que ve mi bandera en el cuello y empieza a hablarme. Recuerdo que le doy las gracias porque llevo unas 14 horas encerrado en mi mismo y ese rato que hablamos me permite evadirme un poco. Eso, unido a la belleza del paisaje, que ya es de día y que el estómago se me va asentando, me anima bastante. Me siento un privilegiado por estar allí. Tras pasar por el avituallamiento de Arnuva (km. 95) nos toca afrontar la cima de la prueba: un tortuoso ascenso de 900 metros hasta los 2.537 del Grand Col Ferret. Ahí es donde Miguel Heras, por ejemplo, sufrirá un pequeño bajón que le llevará a ceder el primer puesto de la prueba al finalmente ganador, el joven francés Xavier Thevenard.

Para el resto de los mortales, la carrera está más allá de clasificaciones, tiempos o competir con los otros. La única lucha es contra uno mismo y contra el duro recorrido, por lo que impera la camaradería con los compañeros que uno se va cruzando en el camino. Es habitual ver parar a un corredor parar a preguntar a otro si necesita asistencia o prestarse a compartir geles, barritas energéticas o apósitos si a otro le hace falta. Con todo, las horas y el cansancio (más de 24 ya sin dormir y unas 18-19 en carrera) empiezan a hacer mella y la mayoría de participantes vamos bastante taciturnos y sin muchas ganas de hablar. Coronar el Grand Col Ferret supone llegar al punto psicológico de los 100 kilómetros, pero exige un desgaste físico terrible en un sábado por la mañana en el que empieza a hacer calor. Personalmente no me asustan las subidas: como soy bastante potente de piernas, marco un ritmo regular e intento no pararme para que no se haga muy largo, pero ciertamente el Col Ferret te lleva al límite. Por el camino adelanto a bastantes participantes fundidos o sentados en un piedra y en la cima hay una decena estirados recuperando fuerzas antes de iniciar con las piernas y sobretodo los pies doloridos un exigente descenso de 5 kilómetros hasta el avituallamiento de la Fouly, que parece que no llegue nunca.

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Una vez allí, paro para reponer fuerzas y trato de comer algo, porque llevo horas a base de caldo, pero apenas puedo probar bocado sólido. Vaya tela. Así que salida hacia Champex-Lac, ya en la parte Suiza del trazado y segundo hito del camino, ya que se permite la asistencia familiar. Este tramo es de apenas 14 quilómetros y sin desnivel, pero el cansancio empieza a pasar mucha factura. En contrapartida, podemos disfrutar de la pintoresca belleza de los pueblos de los alpes suizos, unas maravillosas casitas de madera que parecen de juguete en medio de prados verdes. La tranquilidad y la paz son absolutas, aunque todos sus habitantes sin excepción, cruzan palabras de ánimo o aplausos con cada corredor, ya sea desde sus casas, sus jardines o las mesas en las que están comiendo. La única ‘trampa’ de este tramo es una complicada y angustiosa subida de 400 metros hasta Champex Lac, una preciosa localidad con un enorme lago en el que hay un montón de gente tomando el sol, haciendo un pícnic o siguiendo la carrera. Se hace larga, pero al final llego al avituallamiento, en el que puedo comer alguna cosa sólida y algún trozo de barrita.

La salida de Champex es igualmente bella y al principio agradable, con tramos llanos bordeando un río en los que corro bastante. Este tramo, hasta Trient, no tiene grandes desniveles a parte de subir al Col Bovine a casi 2.000 metros, pero la ascensión es muy larga y tendida y presenta complicaciones como la de ver el camino bloqueado por un grupo de vacas, que no quieren ceder su puesto de privilegio y te obligan a subir campo a través. La otra gran dificultad son los 17 kilómetros de distancia hasta Trient, que en condiciones normales serían un paseo, pero con el cansancio acumulado se convierten en eternos. La subida la hago más o menos bien, pero en la bajada los pies me matan y el terreno es bastante pedregoso y técnico. Los noto hinchados y, por no pisar donde me duele, acabo corriendo mal y llagándome. La bajada es bastante agónica y se me hace muy muy larga. Llego a Trient hecho polvo y lo primero que hago es quitarme las bambas para que se deshinchen los pies, me tomo un ibuprofeno, cojo algo de comida, ahora sí, y me siento 15 minutos a comer, revisar el trazado y el planteamiento de la carrera. Yo había intentado en todo momento no hacer apenas segunda noche y ya veo que no podrá ser, así que decido asegurar el tiro, parar y reponer fuerzas en los dos avituallamientos que quedan y estar muy atento a las bajadas.

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Estamos en el kilómetro 139 y ahora mismo afronto un tramo de 10 hasta Vallorcine, en el que subes cinco quilómetros y bajas otros cinco y como, curiosidad, pasas la frontera entre Suiza y Francia en la que la organización avisa que te pueden pedir el DNI. Me digo mentalmente que casi lo tengo, que la subida voy a ir a ritmo, pese a que los palos me han llagado las manos (vaya drama) y que solo tengo que acabar la bajada sin lesionarme para quedarme a 19 kilómetros de la meta. Ascender el Catogne, a 2027 metros, es ya una empresa titánica, aunque se logra con paciencia y la ayuda de los bastones, pero afrontar la bajada con el dolor en las plantas de los pies terrible es poco más que un calvario. Por suerte, ésta no es tan técnica como la anterior y permite correr algo más.

Aún así, ya vuelve a ser de noche, la temperatura baja y el sueño provoca confusiones de los sentidos, sombras que parecen personas e incluso alguna que otra alucinación, como un presunto frontal tirado en el camino que cuando me agacho a coger descubro que es… una piedra. En el primer momento me entra la risa, pero luego me digo que no haga el tonto, a ver si me voy a despeñar cuando sea noche cerrada. Como no he tomado café en todo el día, la sensación de sueño es terrible. Por momentos parece que flotas y que hay una especie de distancia entre lo que ven tus sentidos y procesa tu cabeza. En Vallorcine vuelvo a quitarme las bambas, a coger algo de comida y me tomo un gel de cafeína para el sueño, arriesgando con el estómago, pero pensando que ya queda poco. El último tramo es básicamente una ascensión de 9 kilómetros a la Téte aux vents, la imponente cima que queda a la derecha de Chamonix en Les Aigulles Rouges, y bajar al pueblo. Los primeros quilómetros son planos y se puede correr (o trotar), pero los últimos 4-5 son una ascensión tremenda a 2130 metros que acaba con las escasas fuerzas de más de uno. Las vistas deben ser espectaculares, pero es noche cerrada y no veo nada más allá del camino. Los primeros dos quilómetros de bajada son terriblemente técnicos, con mucha piedra y saltos, y acaban de destrozar las piernas ya muy doloridas y los pies. Hay momentos en los que parece que tenga espinas clavadas en la planta, me duele tanto que tengo ganas de llorar y decido tomarme otro ibuprofeno. Por momentos te sientes como si la carrera te estuviera tendiendo una última trampa e incluso te cabreas y murmuras barbaridades en voz baja. Pero no me rindo. Paso a paso voy saltando con la ayuda de los palos y pensando en llegar a la Flegere, el último control de paso. Una vez allí sabes que lo tienes, que has podido con este monstruo.

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Quedan siete quilómetros de pistas y senderos en los que cada uno deja ir sus emociones como puede o sabe. Personalmente, empiezo a correr cada vez más rápido y la adrenalina hace que desaparezca por un momento todo el dolor y tensión acumulados. Después de muchas bajadas asegurando y sin arriesgar, en esta me dejo ir, salto y disfruto como un niño pequeño. Adelanto a un chico que va hablando solo en catalán, al parecer con su madre ya muerta, otro que me mira con los ojos llorosos y un tercero con la cara desencajada de dolor. Me cruzo con una persona que me dice algo y me ciega con el frontal y le respondo ‘merci’. Cuando ya he pasado oigo ‘Albert?’, me paro y digo ‘Sergi?’ y me responde ‘qué haces corriendo?’, jajaja. Vaya diálogo! Le digo que voy bien, que los pies ya no me duelen tanto y puedo correr. Me va contando lo que queda y recuerdo que me quejo del terreno y del dolor, pero estoy muy contento de tenerlo allí conmigo y de poder correr con relativa facilidad. Cruzo Chamonix semidesierto a la 1,40 de la mañana para parar el crono en 33h13′. Aún así, todas las personas con las que me cruzo y voluntarios me felicitan y me aplauden. En la recta de meta recuerdo que abro los brazos y sonrío. Estoy contento, obviamente, pero no tengo la explosión de alegría que tuve en la Transvulcania, por ejemplo. Me fundo en un sentido abrazo con Sergi y le ofrezco la mano al chico que ha llegado delante de mi, que me abraza emocionado.

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Personalmente, sé que he cumplido mi sueño y he superado el mayor reto deportivo de mi vida, pero he sufrido tanto que en ese momento no lo acabo de disfrutar. Soy consciente que con el tiempo lo valoraré en su justa medida y me quedaré con las muchas cosas buenas que he vivido. Lo volvería a hacer? Ahora mismo diría que no o, si lo hiciera, sería en otras condiciones: preparándolo más, entrenando tramos, viajando antes a Chamonix…. Pero eso es muy complicado. Y ahora qué? Pues dentro de apenas dos semanas la Cavalls de Vent y en el horizonte la ilusión de participar algún día en la Western States, la carrera más prestigiosa de Estados Unidos, de 170 km. Es muy difícil, porque apenas hay 400 participantes cada año, pero también lo era el Mont Blanc y ya ha caído, no?